¡Por esto te quiero tanto!

Son noches como la de ayer las que a uno lo enamoran de este deporte de locos llamado fútbol. También, las mejores para enganchar a esos escépticos que tanto lo detestan por el elitismo de sus figuras, sin pararse a pensar en el esfuerzo que supone llegar a la cima tras pasar por multitud de equipos, horas de entreno en campos de tierra, lesiones y muchos años de sinsabores para que solo unos pocos afortunados logren alcanzar no ya la primera división, sino los grandes clubes.

Pero no es momento para reproches, sino para disfrutar. Parafraseando a Alfredo Relaño, decía Woody Allen que “le gusta el espectáculo deportivo por su increíble capacidad para cambiar de golpe la atmósfera, para dar un vuelco al argumento en segundos y proponer otro final. Algo que ni los mejores autores de teatro ni los mejores guionistas de cine pueden conseguir”, y así sucedió anoche en estadios como el Santiago Bernabéu o San Siro, especialmente en el coliseo madridista, donde el carrusel de emociones que vivimos en el comienzo de la temporada oficial alteró los corazones de los aficionados no solo de ambos conjuntos, sino también del neutral.

Particularmente muchos de los habituales ya conocéis mis inclinaciones merengues e interistas, por lo que no puedo dejar de narraros como viví lo de anoche. Incluso os regalo un plus, porque como hincha de Racing Club me tocó una vez más sufrir el fatal destino de la Academia. Desgraciadamente, servidor trabaja los domingos. Para colmo, esta vez tenía turno de tarde, por lo que me perdía seguro el clásico de Avellaneda y el primer tiempo del Inter-Roma. La tarde se hizo insoportable, estaba hecho un manojo de nervios. Hablaba con la gente para distraerme con lo que fuera con tal de no pensar en el clásico, pero inevitablemente me volvía una y otra vez a la cabeza.

Al descanso, a eso de las 20 horas (en España) envié un mensaje a nuestro compañero Martín para que me dijese como iba Racing: “justo acaba de marcar el Rojo, 0-1 minuto 45”. Como me diría mi compañero de trabajo e hincha de Independiente “te querés matar loco”. Si, argentino de pura cepa. Sigue el sufrimiento, tengo malas sensaciones y ninguna noticia del choque. Llegan las 21h y llamo a Martín desesperado: “sigue igual y están casi en el descuento”. Se veía venir, ya comenzaba la noche mal. Suena de nuevo el teléfono “eh tío, que ha empatado Franco Sosa para Racing”. ¡¡ Aleluya !! Primer gol, primer punto y primera alegría del torneo, no solo por empezar a sumar sino por fastidiar al rival en el último instante. Un punto es poco para la Acadé, pero logrado así en las actuales circunstancias sabe a mucho.

Salvado el primer match-ball, comencé a pensar en el Inter. Me escapé incluso un poco antes del trabajo para intentar llegar a casa antes del descanso. Tuve suerte pues no solo disfruté de los instantes finales del primer tiempo sino que me enteré de que ganábamos 1-0, aunque lo mejor no era ni si quiera el resultado, sino el buen fútbol que desplegaba la Bienamada, algo que no se veía por San Siro desde hacía bastante tiempo. Ya en la segunda mitad un zapatazo de De Rossi y el tanto de Stankovic en propia meta me recordaron que por algo al Inter lo llaman “el Atleti italiano (salvando un poco las distancias, claro). Ya a esas alturas el mando de la tele echaba humo, alternando cada pocos segundos las supercopas de España e Italia, con la incertidumbre de un nuevo chasco por ambas partes, ya que el año pasado tanto R.Madrid como Inter perdieron sus respectivas supercopas ante Sevilla y Roma.

Gol de Silva, roja a Van der Vaart y prórroga en San Siro. Mal asunto. El Inter lo mereció ganar, fue más que su rival en casi todo el encuentro pero no se imponía al término del tiempo reglamentario. En Madrid no pintaba mejor la cosa, sino todo lo contrario (al menos para mis intereses).

Comienza el tiempo suplementario en Milán, con ambos contendientes fundidos, arriesgando lo mínimo. Segunda mitad en el Bernabéu. Gol de Van Nistelrooy que devuelve la esperanza, aunque yo lo seguía viendo muy negro. Poco después, el propio delantero holandés se marcha expulsado, quedando con 9 el Madrid. “Se acabó”, pensé, pues a poco que el Valencia apretase las tuercas podía haberse merendado a los míos.

Pero una vez más la Diosa Fortuna se alineaba con mis pretensiones, otorgándome un doble momento mágico, preludio de sendas victorias con tintes épicos o dramas aún mayores. Digo esto porque mientras en San Siro el arquero de origen brasileño Julio César detenía el penalti que dejaba el título en manos del Inter (poco antes Totti desaprovechó la oportunidad de certificarlo para la Roma), Sergio Ramos ponía en ventaja al Real Madrid. Euforia contenida. Nada me aseguraba que el siguiente penalti, que lanzaría Javier Zanetti, fuese a acabar en gol (y trofeo para la saca), ni que en la Casa Blanca el Valencia acabase de un plumazo en los 20 minutos restantes con la ilusionante remontada local.

Gol de Javier Zanetti, celebrado por él y sus compañeros con una importancia más allá del verdadero valor del título conseguido, y por mí con una mezcla de rabia y alegría, por aquello de que casi siempre es la Roma quien nos moja la oreja. Otro buen final, pero aún quedaba comerme las uñas con el partido del Bernabéu.


El Valencia apretaba más por obligación que por convicción. Aún así, los Villa, Silva y el recién entrado Morientes no me aseguraban la tranquilidad precisamente. Entran De la Red e Higuaín, buenos cambios, frescura y atrevimiento. Nuevo gol del Madrid, obra de De la Red, cantado con alegría comedida, pues un gol ché nos llevaría a una prórroga en la que la inferioridad numérica seguramente pasaría excesiva factura. Mientras pensaba eso mismo, el Pipita tiraba de picardía para robar un balón que valió el cuarto, que ahora si me permití gritar con euforia. Pese a los jugadores de menos, pese al gran despliegue físico, no podía escaparse el triunfo con tan poco por jugar y tanto colchón, aunque Morientes se encargó de recordarme la frase de Woody Allen de principios de este post, alterando otra vez mi sistema nervioso hasta el pitazo final de Iturralde que hacía al Real Madrid campeón.

Fue una tarde-noche con muchas emociones, resuelta esta vez con final feliz para mí, pero el fútbol es tan caprichoso que un día te regala muchas alegrías de golpe y otro te martiriza por todos lados. También es culpa mía, por enfermo del balompié y por tener que mirar los resultados de unos 20 equipos cada fin de semana. Un día esto acabará conmigo.

3 comentarios:

Martín dijo...

Je, si es que eso de ir con el Racing...creo que es malo para la salud.

Eso si, me alegro de haberte podido dar una buena noticia ;-)

Ariel dijo...

Una lástima que Racing no haya ganado como se merecía, porque si el marcador se hubiera adecuado a las acciones hoy estaríamos hablando de la impresionante goleada de la Academia.

Pero bueno, eso es lo hermoso que tiene este fútbol, la capacidad de poder ser fuente de injusticia y felicidad al mismo tiempo.

Carmen dijo...

Muy buen artículo. Espero que esto no acabé contigo y puedas seguir escribiendo mucho tiempo. ¡Saludos!