Soy el capitán de mi alma

Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma”.

Lo malo de las citas, muchas veces, es que están ahí, a disposición de cualquiera que desee usarlas.

Un ejemplo es que algo tan hermoso como lo que encabeza estos renglones, los versos finales del poema Invictus, fueron el epitafio escogido por el bastardo asesino que hizo estallar un edificio en Oklahoma hace 15 años, matando a más de 150 personas, momentos antes de que se cumpliera su letal condena.

En 1995, justamente el mismo año del atentado, se disputó la copa mundial de Rugby que ahora volvemos a recordar a través de la película de Eastwood. Curiosamente, no fue el poema de Henley lo que Nelson Mandela entregó a Pienaar como inspiración (se trató en realidad de una cita de un discurso de Teddy Roosevelt), pero si que eran las estrofas que ayudaron al líder sudafricano a afrontar sus peores momentos en prisión.

Inspiración, mágica palabra para definir esa especie de marea espiritual que solo unos pocos escogidos son capaces de hacer ascender a través del cuerpo y el alma del resto de los mortales.

Es tan difícil llegar a ser un líder de hombres sin caer en la tiranía, evitar ser un simple dictador de poder omnímodo para convertirse en un Primus inter pares cuya posición se deba no a sus títulos heredados sino a sus merecimientos personales, que cuando conocemos a alguien así, es imposible no sentir un respeto mudo hacia su grandeza.

¿Qué características deberían ser las necesarias para uno de estos elegidos por los dioses? ¿Tal vez saber escuchar al tiempo que saber cuando hablar? ¿Tener firmeza de carácter pero sin perder la bondad de corazón, entender cuando hay que decir no, y a pesar de todo hacerlo sin que el otro se sienta ofendido? ¿No ser tan bueno ordenando como haciendo, no pedir mas a los demás de lo que uno es capaz de sacar de si mismo? Seguramente lo más importante es en el fondo comprender al ser humano, conocer sus inmensos fallos, y a pesar de todo, amarlo. No se puede pretender dirigir hombres si no se les trata como tales.

En el fútbol, las figuras del entrenador y el capitán del equipo son posiblemente las que mas pueden intentar acercarse a este perfil.

En especial el capitán, como integrante del equipo, como miembro del grupo (y no como alguien elevado por encima y con derecho al mando sobre el mismo, caso del entrenador), debe saber asumir sus funciones como algo mas que un mero y simbólico cargo honorífico.

Un capitán que quiera hacer honor a su condición debe ser capaz de defender a sus compañeros de quienes desde lo alto les atacan sin razones, al tiempo que debe reprender a estos cuando hacen dejación en su trabajo. Debe ser el primero que da la cara en los malos momentos, y a pesar de todo no perder ni las formas ni la moral en instante alguno. Debe, como escribíamos al principio, inspirar, elevar el espíritu de quienes le rodean, ser el ejemplo a seguir.

¿Quiénes deben ser pues los que escojan al capitán, y de que modo debe ser designado? Veo poco lógico que el cargo sea impuesto desde el “exterior” (dado que se le vera mas como lacayo del poder que como adalid de sus camaradas), y tampoco que la simple edad o veteranía en el equipo condicione su elección. Es más fácil inspirar respeto desde la experiencia, pero ciertos caracteres son incompatibles con el cargo, a pesar de los años que puedan acompañar a sus portadores.

Incluso así, ni siquiera otro tipo de elección garantiza el acierto. El ser popular entre los compañeros no equivale a saber estar a la altura de las circunstancia siempre, y tampoco puede evitar que en ocasiones se caiga en delirios de grandeza y en un uso mezquino del “poder” (el poder corrompe…por eso el querer acceder a el ya es casi desde el principio mala señal). Cuando se empieza a hablar de camarillas de vestuario, de jugadores que pretenden imponer fichajes o vetar otros, es que algo huele a podrido en Dinamarca.

Yo nunca he servido para mandar, y se que nunca estaría a gusto sosteniendo el poder. Y eso que mas que miedo a no tener medida en el uso del mismo, tengo la conciencia de que me faltan fuerzas para decir que no a los que bajo mi se hallan y a reprochar sus faltas cuando las cometen. Y tan peligroso es en ocasiones un jefe demasiado débil, como un sátrapa que piense que la única forma de ejercer el mando es a base de mano dura y de tratar a sus subordinados como vasallos sin derechos.

A lo largo de mis años de trabajo he conocido distintos tipos de jefaturas. De algunas es mejor no hablar, pero, de vez en cuando, encuentras a alguien que te permite valorar como deben hacerse las cosas, si uno quiere hacerlas bien.

Mi amiga Ana es un ejemplo de esto. Jamás te pediría que hicieras algo que ella no hubiera hecho antes. Al tiempo, te dirá a la cara, sin medias tintas, en que fallas, pero no para humillarte ni para hacerte sentir inferior, sino para que aprendas a mejorar. Nunca dudaré en señalar que la considero mi maestra en mi profesión, y una de esas personas que si, que inspiran a los demás. Y a pesar de que parezca dura de primeras, cuando empiezas a conocerla, sabes que detrás, muy al fondo, bajo cien llaves, hay un corazón enorme.

Saber que existe gente así, de las que si tiene algo que decirte lo hará por delante, en lugar de hacerlo a hurtadillas y a tus espaldas, de las que no se esconderá detrás del cargo en lugar de asumir que el cargo implica nunca esconderse, de las que puede llegar al poder pero nunca venderse a el, me hace tener fe en que al menos no todo esta perdido para estar miserable especie nuestra.

Y quien sabe, tal vez algún día yo también pueda recitar estos versos sabiendo que hablan de mi…

Agradezco a cualquier dios que pudiera existir
Por mi alma inconquistable

1 comentario:

web dijo...

Genial, Martín, como siempre.

El tema del liderazgo da para escribir muuucho, pero me gusta como lo has enfocado desde el punto de vista de las responsabilidades. A menudo la gente suele pensar en los cargos, los roles, etc.. desde la perspectiva de las ventajas, pero muy pocas ocasiones desde lo que acarrean.

Es bueno tener un jefe como el caso que indicas. Yo del mío desde luego no me puedo quejar.

Desde la perspectiva del deporte, hay mucha tela que cortar. Yo escribí hace tiempo sobre cómo elegían sus capitanes Madrid, Barcelona y Atlético de Madrid, pero tampoco creo que haya un sistema idoneo. Supongo que todo depende de las personas, el momento...

Muy buen post.

Un abrazo.