Lecciones (morales) del Ghana-Uruguay


Si, ya lo dijimos, vemos fútbol no sólo por Larissa Riquelme o las bicicletas de Robinho, sino también para extraer lecciones que nos sirvan para la vida, el partido de ayer de cuartos entre Ghana y Uruguay nos dio material para estar reflexionando durante semanas. Empezando por la jugada que convirtió un partido entretenido en uno que recordaremos siempre: las clamorosas manos de Luis Suárez justo cuando terminaba la prórroga, que evitaron un gol cantado para Ghana. Luego, ya se sabe: pena máxima y expulsión, Gyan manda el balón al larguero y todo acaba en la tanda de penaltis con victoria uruguaya.
Si fuera ghanés (o Dadan Narval) tendría motivos para estar cabreado o para derrumbarme ante un destino tan cruel, más teniendo en cuenta que quién sabe cuándo volverá una oportunidad así. Moralmente, la cosa también tiene su miga: una mala acción, una infracción del reglamento de un juego que se juega con los pies, llevó a Uruguay a semifinales. ¿La lección que sacamos, entonces, es que está permitido hacer el mal si esto lleva a un bien mayor -planteado desde el lado celeste, obviamente? Sí y no. Algunos comparan las manos de Luis Suárez con la mano de Henry ante Irlanda, pero no son lo mismo: la del francés quedó impune, el uruguayo, en cambio, recibió su castigo acorde con el reglamento y fue expulsado. Habría que discutir si el reglamento es justo y si el castigo es proporcional, pero tal como están las cosas hoy, nadie puede recriminarle nada a Luis Suárez.

Por suerte, no todas las lecciones de ayer tienen lecturas tan complicadas. Las hay también de guión hollywoodiense digerible, del estilo de la típica historia de superación de la adversidad. Como la de Gyan, el delantero del dorsal 3, que mandó ese penalti decisivo al larguero. En el vídeo se ve cómo él y sus compañeros se derrumban tras ese momento. Cualquier humano normal (y más cualquier humano normal ante la vista de un estadio repleto) se habría acobardado y huido hasta el vestuario para acurrucarse en posición fetal. Gyan no. Al contrario. Asumió la responsabilidad y fue el primero en lanzar: se enfrentó a su mayor miedo y lo venció.

Y, por último, hay algo que me corroe: que la vida de un hombre, su biografía, por muy larga y rica que sea, suele ser recordada por un único hecho en concreto o por una única dimensión de todos los planos de una personalidad. Colón debió hacer muchas más cosas aparte de un viaje por el Atlántico, Paul McCartney no se pasó todos los 60s tocando el bajo y hasta Hammurabi debió pasar el tiempo en más cosas que en grabar códigos de leyes en piedras. Sebastián Abreu, en cambio, al menos en España, era siempre recordado por el gol, el no-gol, de Abreu. De aquello pasaron muchos años, casi quince, muchos clubes, muchas historias, muchos goles: casi 300. Pero, por mucho que hiciera, Abreu siempre era el Abreu torpe que falló ese gol cantado. Lo increíble es que ahora toda su historia da un giro, de nuevo por un hecho tan puntual, tan instantáneo, tan reducido en el tiempo, como un penalti. Abreu, a partir de ayer, es Abreu, el loco que lanzó el penalti decisivo a lo Panenka.
(Y a todo esto, ¿Panenka ha hecho algo más que marcar su penal?)

PD: Y una más. Viendo el partido con un amigo, justo antes de la tanda final, nos reíamos un poco de la cara de despistado y poquita cosa del portero Muslera. Nos calló con hechos, siendo una de las claves de la victoria uruguaya. Nunca más juzgaremos a nadie por la cara...

2 comentarios:

Martín dijo...

Genial Chimo, lo de encontrar la dimensión moral al fútbol tiene su miga.

La cosa es que ayer, mientras me dormia/no me dormia, pensaba en redactar un artículo justo sobre lo que tu escribiste en la segunda mitad, sobre lo que aqui pensamos de Abreu, la imagen que tenemos de el, entre su no gol y su paso por deportivo y real.

Pero ya lo escribiste tu, y mucho mejor¡

Nico García dijo...

El final del partido representa la esencia del fútbol. Unos minutos para guardarlo y enseñarlo en las escueles de fútbol.
Saludos desde La Escuadra de Mago