El día que un equipo jugó, ganó y salió campeón con siete (Segunda parte)
Llega hoy, por fin, la segunda parte del interesantimo artículo que Mauricio Brum, periodista brasileño amigo y lector del Café no envió sobre la emocionantísima batalla de Aflitos”.
Os dejo con ella, recordando antes los últimos párrafos del anterior relato…
…De cierto era que nadie quería que se tirara el penal. Nadie, ni Domingos, el defensa que sacó la pelota de la mano de Djalma Beltrami cuando éste iba a ponerla en la marca del penalti.
Fue la cuarta tarjeta roja…
El día que un equipo jugó, ganó y salió campeón con siete (Segunda parte)
Domingos se fue a los vestuarios dispuesto a sacar toda la rabia de su cuerpo. Los que estuvieron allá dicen que oyeron un gemido, como de dolor. Después, un grito. Domingos miró la primera puerta en su camino y la rompió. “Nos están robando”, latía. Allá arriba, el Estadio de Aflitos era una fiesta. En Arruda el partido se había acabado y Santa Cruz estaba en primera. Sus jugadores, con una Copa improvisada, empezaban la vuelta de honor como campeones de la Serie B de Brasil. Los dos equipos de Pernambuco estaban a punto de obtener el ascenso juntos. Pero al Náutico le faltaba el gol. Sobre el punto de penalti, Djalma Beltrami se decía a si mismo: “este juego va a llegar al final”. A los de Gremio, les dijo: “ustedes todavía no han perdido. Tienen que dejar que tiren el penalti”.
A los 58 minutos del segundo tiempo el desconocido Ademar cogió una pelota que parecía quemar los pies de sus compañeros. Kuki, goleador del Náutico, ni pensó en tirar el penal más importante de la década para su club. En las gradas y en las tribunas, los hinchas se daban las manos. Quedaban diez minutos por jugar. Gremio tenía siete hombres y un penalti en contra – el segundo de la tarde. En Rio Grande do Sul, unos siete millones de gremistas repetían el gesto hecho en los vestuarios de Aflitos por sus jugadores expulsados: estaban de rodillas, llorando, preguntándose “ ¿por qué, Dios?”. El viejo, detenido junto a la oscura carretera meditaba hacer un trato con el diablo, pero se acordó que el demonio es rojo y siendo rojo sólo podía ser de Internacional, el eterno rival de Gremio. Entonces se quedó esperando la muerte cierta.
En el vestuario visitante se escuchaban los murmullos de la cancha. La alegría, la compulsión, el vértigo de la hinchada del Náutico. Y el silencio súbito. La inversión de esperanzas. Las veinticinco mil voces del equipo pernambucano desaparecían. Renacían los doscientos gremistas del estadio. Por instantes hubo un reino de incomprensión para aquellos jugadores que no pudieron mirar el penal. Hasta que un policía hincha de Sport – el tercer club de Recife y fuera de las finales – se acercó gritando: “el arquero la atajó, el arquero la atajó”. Ademar tiró casi en el centro de la portería. Galatto se fue hacia su izquierda, pero esperó el balón hasta el último segundo y logró desviarlo para corner con el muslo derecho.
Aunque todavía hubiera partido, en Porto Alegre la incredulidad deshizo los temores. En la avenida Goethe, donde se celebran las grandes victorias, nadie leía las líneas del alemán, pero las caras de los gremistas eran verdaderos poemas. Los locutores gastaban sus palabras y hablaban de milagro. El viejo, solitario en el asfalto, creyó ser el único hombre en la tierra que sonrió tímidamente con Galatto. Sabía que era mucho tiempo para resistir sin cuatro jugadores. Pero Náutico jamás volvería al partido después del bofetón. Y las inquietudes duraron la eternidad de 71 segundos. Un minuto más once segundos fue el tiempo entre el paradón del arquero y el gol imposible de Anderson. Anderson Luís de Abreu Oliveira, ese chico predestinado que tenía entonces diecisiete años y se había perdido la mayor parte de la temporada por una lesión sufrida en la Copa Mundial Sub-17 de Perú.
Anderson corrió desde la banda zurda, se adentró el área, se enfrentó al arquero y pensó si regateaba o no. Decidió tirar e hizo el 0-1. Los nueve minutos siguientes ya no importaban. El Santa Cruz ya no era campeón. Los hinchas de Náutico ya no tenían fe. Ahora, huían del estadio. El Gremio ya no era un equipo de segunda. El viejo que creció ganando los títulos más grandes que uno puede ilusionar tendría por siempre en la memoria el recuerdo de aquel 26 de noviembre de 2005 como el día que más gritó por el fútbol. Mientras la noche llegaba, el cielo que había sido gris ya no anunciaba lluvia.
El día siguiente escribieron que en Aflitos los jóvenes pudieron entender, cincuenta y cinco años más tarde, el sentimiento de los cariocas en el Maracanazo de 1950. El partido de Recife inspiró dos películas y un libro.
En junio de 2007, menos de dos años después de la Batalla de Aflitos, un Gremio vivísimo volvería a jugar una final de Libertadores.
En noviembre de 2006, recuperado del trauma, el Náutico ascendió. Luego volvería a la B, donde sigue hasta la fecha.
En diciembre de 2006, el Santa Cruz, un equipo que se atrevió a festear un título que nunca fue suyo, descendió de la Serie A a la B. En noviembre de 2007 cayó a la C. Y en agosto de 2008 bajó a la recién creada Serie D. El club todavía no salió de la cuarta división.
En agosto de 2010, Djalma José Beltrami Teixeira, el árbitro de Aflitos, pitó un partido de Gremio por primera vez desde la Batalla. Al quebrar el marcador aquel día en 2005, Anderson le dijo: “¿Ves? No lograste nada. Vamos a ganar”. El colegiado contestó: “Anderson, este gol no es por vos. Es por mi.”
Desde Brasil,
Maurício Brum
Os dejo con ella, recordando antes los últimos párrafos del anterior relato…
…De cierto era que nadie quería que se tirara el penal. Nadie, ni Domingos, el defensa que sacó la pelota de la mano de Djalma Beltrami cuando éste iba a ponerla en la marca del penalti.
Fue la cuarta tarjeta roja…
El día que un equipo jugó, ganó y salió campeón con siete (Segunda parte)
Domingos se fue a los vestuarios dispuesto a sacar toda la rabia de su cuerpo. Los que estuvieron allá dicen que oyeron un gemido, como de dolor. Después, un grito. Domingos miró la primera puerta en su camino y la rompió. “Nos están robando”, latía. Allá arriba, el Estadio de Aflitos era una fiesta. En Arruda el partido se había acabado y Santa Cruz estaba en primera. Sus jugadores, con una Copa improvisada, empezaban la vuelta de honor como campeones de la Serie B de Brasil. Los dos equipos de Pernambuco estaban a punto de obtener el ascenso juntos. Pero al Náutico le faltaba el gol. Sobre el punto de penalti, Djalma Beltrami se decía a si mismo: “este juego va a llegar al final”. A los de Gremio, les dijo: “ustedes todavía no han perdido. Tienen que dejar que tiren el penalti”.
A los 58 minutos del segundo tiempo el desconocido Ademar cogió una pelota que parecía quemar los pies de sus compañeros. Kuki, goleador del Náutico, ni pensó en tirar el penal más importante de la década para su club. En las gradas y en las tribunas, los hinchas se daban las manos. Quedaban diez minutos por jugar. Gremio tenía siete hombres y un penalti en contra – el segundo de la tarde. En Rio Grande do Sul, unos siete millones de gremistas repetían el gesto hecho en los vestuarios de Aflitos por sus jugadores expulsados: estaban de rodillas, llorando, preguntándose “ ¿por qué, Dios?”. El viejo, detenido junto a la oscura carretera meditaba hacer un trato con el diablo, pero se acordó que el demonio es rojo y siendo rojo sólo podía ser de Internacional, el eterno rival de Gremio. Entonces se quedó esperando la muerte cierta.
En el vestuario visitante se escuchaban los murmullos de la cancha. La alegría, la compulsión, el vértigo de la hinchada del Náutico. Y el silencio súbito. La inversión de esperanzas. Las veinticinco mil voces del equipo pernambucano desaparecían. Renacían los doscientos gremistas del estadio. Por instantes hubo un reino de incomprensión para aquellos jugadores que no pudieron mirar el penal. Hasta que un policía hincha de Sport – el tercer club de Recife y fuera de las finales – se acercó gritando: “el arquero la atajó, el arquero la atajó”. Ademar tiró casi en el centro de la portería. Galatto se fue hacia su izquierda, pero esperó el balón hasta el último segundo y logró desviarlo para corner con el muslo derecho.
Aunque todavía hubiera partido, en Porto Alegre la incredulidad deshizo los temores. En la avenida Goethe, donde se celebran las grandes victorias, nadie leía las líneas del alemán, pero las caras de los gremistas eran verdaderos poemas. Los locutores gastaban sus palabras y hablaban de milagro. El viejo, solitario en el asfalto, creyó ser el único hombre en la tierra que sonrió tímidamente con Galatto. Sabía que era mucho tiempo para resistir sin cuatro jugadores. Pero Náutico jamás volvería al partido después del bofetón. Y las inquietudes duraron la eternidad de 71 segundos. Un minuto más once segundos fue el tiempo entre el paradón del arquero y el gol imposible de Anderson. Anderson Luís de Abreu Oliveira, ese chico predestinado que tenía entonces diecisiete años y se había perdido la mayor parte de la temporada por una lesión sufrida en la Copa Mundial Sub-17 de Perú.
Anderson corrió desde la banda zurda, se adentró el área, se enfrentó al arquero y pensó si regateaba o no. Decidió tirar e hizo el 0-1. Los nueve minutos siguientes ya no importaban. El Santa Cruz ya no era campeón. Los hinchas de Náutico ya no tenían fe. Ahora, huían del estadio. El Gremio ya no era un equipo de segunda. El viejo que creció ganando los títulos más grandes que uno puede ilusionar tendría por siempre en la memoria el recuerdo de aquel 26 de noviembre de 2005 como el día que más gritó por el fútbol. Mientras la noche llegaba, el cielo que había sido gris ya no anunciaba lluvia.
El día siguiente escribieron que en Aflitos los jóvenes pudieron entender, cincuenta y cinco años más tarde, el sentimiento de los cariocas en el Maracanazo de 1950. El partido de Recife inspiró dos películas y un libro.
En junio de 2007, menos de dos años después de la Batalla de Aflitos, un Gremio vivísimo volvería a jugar una final de Libertadores.
En noviembre de 2006, recuperado del trauma, el Náutico ascendió. Luego volvería a la B, donde sigue hasta la fecha.
En diciembre de 2006, el Santa Cruz, un equipo que se atrevió a festear un título que nunca fue suyo, descendió de la Serie A a la B. En noviembre de 2007 cayó a la C. Y en agosto de 2008 bajó a la recién creada Serie D. El club todavía no salió de la cuarta división.
En agosto de 2010, Djalma José Beltrami Teixeira, el árbitro de Aflitos, pitó un partido de Gremio por primera vez desde la Batalla. Al quebrar el marcador aquel día en 2005, Anderson le dijo: “¿Ves? No lograste nada. Vamos a ganar”. El colegiado contestó: “Anderson, este gol no es por vos. Es por mi.”
Desde Brasil,
Maurício Brum
Comentarios
Un saludo
otra vez, gracias por la oportunidad. Para mi es un honor tener un texto mío en el Café Fútbol. Espero que les haya gustado a los demás también.
Saludos desde Brasil
Por cierto me gustaría que el Santa Clara salga de la Serie D ya, es un club con bastante tradición para estar tan abajo.