La jungla de Segunda

Joaquín (Málaga) se lamenta.

Estoy harto de la Segunda División. Como categoría es exasperante, complicada hasta decir basta. Te da unas esperanzas que te arranca de sopetón, pues cualquier exceso de confianza, a la mínima, lo castiga con una dolorosa derrota. Aunque sea un tópico, es muy igualada. Exageradamente. Da igual el ejemplo que pongamos, durante gran parte cada temporada siempre hay un amplio grupo de clubes un un margen mínimo de puntos, sobre todo en la zona noble de la clasificación. Mismamente el curso anterior hubo cuatro aspirantes al ascenso directo hasta la penúltima jornada, apenas separados por dos o tres puntos (hablo de memoria). Como mucho suele haber uno o dos equipos que se descuelgan por abajo, a los que les cuesta un mundo remontar, pero incluso ahí hemos visto salvaciones milagrosas, como la del Albacete hace un par de temporadas, o entidades que comenzaron fatal para acabar ascendiendo, como el Elche, una de las sensaciones de la campaña en la máxima categoría.

Repleta de clásicos, otrora grandes equipos capaces de alzar trofeos y sembrar el terror en Europa, como el Deportivo y el Real Zaragoza, o instalados en la élite durante décadas sin visos de perder su estatus, como el Sporting de Gijón, el Real Valladolid o el Racing de Santander, que lleva ya unas cuantas temporadas rozando un ascenso que no llega. Cualquiera diría que son los favoritos, pero si bien los coruñeses están peleando muy arriba (cuartos, a dos puntos de puestos de ascenso), los maños son colistas, viviendo una crisis (otra más) sin precedentes en la entidad. Cádiz, Granada, Málaga, Burgos, Las Palmas... aparentemente preciosa, la Segunda División no entiende de historia, de tradición ni de ilusiones. No tiene piedad, pudiendo instalarte en ella mucho más tiempo del que desearías. E incluso jugártela con un bochornoso descenso, vía crucis por el que está pasando el Tenerife (¿os acordáis cuando fue bestia negra del Real Madrid en los 90?), o por el que pasamos los malagueños en la 23-24.

Precisamente por los míos es por los que escribo estas palabras hoy. Necesitaba un desahogo. Sin ningún género de dudas, harán falta unos cuantos más hasta que se acabe esta tortura en junio. No espero un desenlace más feliz que la permanencia. Poco para lo que ha sido el Málaga, que la pasada década vencía a los grandes del fútbol español y se paseó con insultante descaro por la Champions. Un club que ya lleva más años de los que debería secuestrado por su dueño, maniatado por la administración judicial, en un callejón sin salida en el que las luces la aportan su inagotable cantera y el ánimo sin desaliento de una hinchada que roza los 30.000 espectadores en cada encuentro en La Rosaleda.

El problema viene fuera. Sin el abrigo de nuestra gente hace más frío. Los nuestros se desplazan, no os creáis, pero pese al innegable apoyo de la gente, el equipo baja enteros a domicilio. Nada que no sufran todos los equipos del mundo. Pero este es el mío, el que me duele, el que me dejó muy jodido anoche. Porque siempre que nos cruzamos con el Castellón, otro clásico, nos la lían. Allí perdió una promoción de ascenso nuestro filial hace años. Allí, caemos temporada tras temporada, no obstante esta ocasión parecía que iba a ser diferente. Llegado el minuto 90 vencíamos 0-1, pero dos goles en la recuperación dieron el triunfo al cuadro orellut (pam pam). Podíamos haber enlazado el segundo triunfo seguido, que habría sido el tercero en los cuatro últimos choques, un 9 de 12 de esos que permiten dar un salto en la clasificación.

En vez de ser décimos en la tabla, a tres puntos del playoff, somos decimosextos, a tres puntos... del descenso. Una lástima, porque en casa hemos enderezado el rumbo tras dos fantásticos triunfos ante Deportivo (3-0) y Andorra (4-1, jugando más de medio partido con 10 hombres). De nuevo ante la afición blanquiazul, el sábado recibiremos al Córdoba en un bonito derbi andaluz que espero que saldemos con otra alegría. Porque Segunda es así: si ganamos miraremos hacia arriba, pese a lo difícil de la empresa. Si perdemos, tendremos que esperar no caer entre los cuatro últimos, y siendo sinceros tampoco el empate supondría gran botín. 

Larrubia y Lobete festejan un gol ante el Andorra.

Nos encomendamos al apoyo del malaguismo, a la magia de La Rosaleda, a las ganas de vencer un derbi, a que Joaquín y Larrubia desborden, a que Chupe meta alguna ocasión, a que Alfonso Herrero haga algún milagro bajo palos, a que Pellicer acierte con la alineación... Abonados al sufrimiento, este es nuestro sino hasta que concluya un curso que apenas ha cubierto 12 de sus 42 jornadas, y en el que ya acumulamos 6 derrotas. Sí, uno de cada dos envites. Es lo que digo, esto es un infierno.

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