El penalti

Para la mayoría, la vida, su vida, no es mas que un continuo autoengaño, un eterno mirar hacia delante sin fijar la vista hacia ningún parte, intentando no ver que no se ve nada.

A veces sin embargo, algunos son bendecidos con momentos de lucidez, serenos instantes donde los afortunados, como si un rayo cercenara por un segundo el manto de la noche, captan la luz en mitad de la oscuridad y esta les revela algunos de los secretos que se ocultan tras tanta negrura.

Así es como me siento desde las 18:55 de hoy. Supongo que saber que uno va a morir, dolorosamente además, con refinada crueldad (aquí reconozco que me dejo llevar por la hipérbole, en cuanto a refinamiento, mis ejecutores poseen el mismo que un grupo de Mandriles en celo) y entre abundantes dosis de brutalidad elemental, a sido un elemento capital en esta especie de místico encuentro con la descarnada realidad.

Pero creo que mereció la pena. A pesar de lo oscuro y breve de mi futuro, por fin me siento libre y pleno, y por eso, siempre estaré en deuda con Deogracias Martínez.

Todo empezó hace dos días, la víspera del PARTIDO, con mayúsculas...

Mientras acudía a sacar el porsche del garaje, para dirigirme a la concentración, me di cuenta de que algo extraño sucedía. Reconozco que no soy excesivamente avispado fuera del terreno de juego(allí me transformo, como garrapateo sobre mi algún escribiente de florida pluma, “mente y balón son uno en el, sus pases ,letales invitaciones a la violación de la puerta contraria, su mera presencia, una sombra que desquicia a los rivales y engrandece a los compañeros…”), pero el que dos tipos del tamaño de armarios roperos te apunten con sus armas mientras te “invitan” a conversar con ellos, haciéndote una de esas propuestas que no se pueden rechazar, basto para hacerme entender que ciertamente, aquello se alejaba de lo cotidiano.

Al parecer, cierto poderoso elemento del crimen organizado nacional, había decidido que no podíamos ganar el partido. El motivo no me fue aclarado, pero la cosa era que yo, como jugador estrella de mi club, debía impedir que tal cosa aconteciera. Cuando les pregunte que pasaría si me negaba a colaborar en su propósito, tengo que confesar que, a su tosca pero no por ello menos efectiva manera de expresarse, me convencieron de que tal eventualidad debería quedar descartada.

Tras esta pequeña charla informal, se marcharon (uno de ellos intento rayarme el deportivo con una llave, supongo que para crear mas “efecto”, pero se le partió, así que se conformo con romperme de mala gana un faro de una patada) dejándome sumido en un mal de dudas. No se crean, no sobre el sentido del honor, el ser o no ser hamletiano, el si debía traicionar a mi equipo o mantenerme integro, sino mas bien en el modo de hacerlo sin que se notara demasiado. Y es que uno le tiene bastante aprecio a la propia piel, con eso, no se juega.

Por si alguien se pregunta porque no fui inmediatamente a la policía, aparte de que mis “amigos” de la cosa suya me recomendaron encarecidamente que no cometiera tal desliz (entre diversos gestos que dejaban claro lo que le ocurriría a determinada parte muy apreciada de mi cuerpo en caso de que tal hecho sucediera), en un país donde hasta los ministros se venden, no era cosa de confiar mi cuello a unos pobres desgraciados con cuyos sueldos no llegaban a final de mes. Creía en su honorabilidad, pero también en que esta tenia precio, y en que tal precio podía ser pagado.
Llegue tarde y nervioso a la concentración. El entrenador me hecho un rapapolvo, pero en lugar de descartarme para el partido, hizo recaer sobre mi la responsabilidad de la victoria. Gracias hombre…

Cene mal y dormí peor, en mi mente iba repasando una y otra vez de que forma cometería la indignidad, como acuchillaría por la espalda a mi propia gente…

Al levantarme aun no había dado con la clave, tras desayunar pensé que lo mejor era auto expulsarme, pero tras la comida, me dije que si a pesar de eso, ganábamos, el castigo seria igual.

El autobús nos recogió a las 3. Por las calles, vimos desfilar a legiones de fororos con nuestros colores, y no pude evitar sentir una punzada de remordimiento.

Llegamos al estadio, nos cambiamos mientras recibíamos las ultimas consignas del mister, que antes de salir me dio una palmadita en el hombro, mientras expresaba lo mucho que confiaba en mi…

Las 16.55, salimos por el túnel, el sol sobre nosotros, retumba la cancha, miles de gargantas gritan nuestro nombre, la pasión estalla en la grada, convertida en campo de amapolas.

El arbitro sortea el terreno, tengo una extraña sensación al estrechar su mano, su cara, adusta, su mirada honrada, me hacen sentir aun mas miserable.

Apenas hay nada que contar de la primera mitad, miedo a perder, nervios que atenazan, fútbol de contención, cuando el colegiado pito el final, todo seguía igual, y yo aun no había hecho nada por mi misión.

Al bajar a los vestuarios, sobre mi banca, encontré una tarjetita. Al abrirla, sufrí un estremecimiento, contenía la foto de un tipo bastante maltrecho (el que careciera de cabeza contribuia a ello), y una sola palabra, por detrás: Hazlo).

Me temblaban las piernas al ascender de nuevo hacia el terreno de juego, no sabia como, pero tenía que hacer algo. Comenzó la segunda parte, los minutos pasaban, y me encontraba cada vez mas desbordado. En una jugada de ataque contrario, desesperado, zancadillee a un rival dentro del área. Pita el árbitro. Penalti, aquí se acaba todo.

Pero no, tarjeta amarilla al contrario, por tirarse, silbidos en la grada, protestas de nuestros contrarios, mientras en mi mente me ciscaba en la ascendencia de colegiado hasta la novena generación.

Las 18:52, faltaban cinco minutos para el final, yo deambulaba por el campo sin rumbo fijo, sin saber de que forma influir en el resultado, cuando, en un contraataque fulminante, un compañero cae en el área. Penalti, si, ahora penalti.

Me lance hacia el balón, sin dudarlo, en ese momento, mi cabeza pendía de un hilo, y si marcábamos…le arrebate la pelota al delantero del equipo, un brasileño que me miro con rabia, pero al que mis galones echaron atrás. Espere a que se calmara el alboroto, coloque el esférico en el punto correcto, cogí carrerilla, espere a que el arbitro pitara y…

Falle, por supuesto, lo lance al 5º anfiteatro. Baje la cabeza, intentando parecer abatido. Nuevo pitido. Sacaría el portero de puerta…

Pero no, al parecer algún imbecil había entrado en el área, y tocaba repetir el penalti.

Esta vez coloque con mas cuidado aun el balón, me detuve unos segundos, espere a que el colegiado me diera la señal, corrí, y chute.

Y volví a fallar, esta vez no tan escandalosamente, ajustando el tiro a la derecha. Alce los brazos, como protestando por la injusticia del mundo. Nuevo pitido. Se tiene que repetir el penalti.

Aquí, el caos, el árbitro es rodeado y zarandeado, aparecen tarjetas de varios colores, y entonces, en mitad del desbarajuste, es cuando, como Saulo camino de Damasco, sufro una iluminación. 18:55.Es el destino, el destino quiere que marque, no puedo permitirme fallar ese penalti, el partido debe de ser vencido, sin duda algo mucho más profundo y valioso que mi vida esta en juego, para el devenir de la humanidad. Y me decido, afronto mis terrores, repito el ritual con la pelota, miro desafiante al cancerbero, como retándole a que intente evitar que escape del infierno, y vuelvo a lanzar.

Y el portero lo para. El mundo me da vueltas, no comprendo nada…y nuevo pitido.
Otra vez hay que repetirlo. Pienso que el arbitro es una especie de arcángel sobre el césped (me temo que tal idea no era compartida por los jugadores contrarios, que le atribuian otro tipo de parecidos más zoológicos), ahora paso de sentirme Saulo a San Pedro, y me parece que como a el, tras tres negaciones, se me ha concedido el perdón, agarro de nuevo la pelota, y tiro, por cuarta vez.

Gol, gol, gol…por fin, se termino, alea jacta est, he pasado el Rubicon, y ya no puedo volverme atrás. Al minuto, el partido acaba. Apenas atiendo a lo que me rodea, a los ánimos de mis compañeros, las preguntas de los periodistas, a la algarabía de los hinchas…han pasado unas horas, y posiblemente no me queden muchas mas en este mundo. Junto a una botella de güisqui semillena, mientras la voz de Nat king cole desgrana con su peculiar castellano las estrofas de Quizas,quizas,quizas, aguardo expectante a que la parca, con forma de esbirro malencarado, acuda a recogerme. Pero no hay prisa, yo espero, pensando en Deogracias Martínez, el juez de la contienda, que perdió mi vida, pero salvo mi alma. Esta copa va por ti, macho.

Diario personal de Raimundo Deogracias Martinez, colegiado, dia 12 de …. Del 20…

Inútil, dios mió, que tipo más inútil, cuatro veces tuvo que tirar el maldito penalti para colarlo, ni hecho a propósito. Y mientras, yo jugándome la cabeza, como no ganaran, el Don la hubiera usado para jugar a los bolos, y mis pelotas como canicas…estrellitas de medio pelo, mucha técnica y mucho mamoneo, pero en los momentos claves, se cagan…


4 comentarios:

Mauricio dijo...

Tremendo post Martín. Pero ese video me dejo mareado. Que diablos paso ahi? Primero lo repite porque lo han anotado, y luego porque lo fallan. Quien entiende?

Sveret dijo...

Y el estadio cayó abajo porque por fin el árbitro se decidió...

Garrincha dijo...

jajaja que bueno Martín ;)

Delaisi dijo...

Absolutamente impresionante...!!! Un gran post...


Salu2 desde www.atodocrack.blogspot.com