A propósito de Roysthon
En una de mis películas de referencia, El Club de la Lucha, hay una frase que se me quedó grabada como a fuego. Cuando Jack, el protagonista, le dice a Marla, frente a la cristalera en la que observan una sucesión de explosiones:
- "Me has conocido en un momento extraño de mi vida"
Royston Drenthe abandonaba el domingo pasado las instalaciones del Santiago Bernabéu con lágrimas en los ojos. Habrá quien diga que es un pobre argumento para defender a un futbolista que abandone el campo llorando, pero del mismo modo que un canterano fue hace mucho tiempo señalado con el dedo por su entrenador (Rubén, aquel central rubio, al ser sustituido en Sevilla por Queiroz), en esta ocasión fue el público el que señalaba a un jugador, con una intención o con otra, pero por segunda vez en quince días (tras el caso de Marcelo) el mismo estadio recibía a otro de los suyos con música de viento.
Yo soy madridista confeso, pero no comprendo la conducta de muchos de mis compañeros de afición. Entiendo que esos silbidos tendrían sentido en el caso de dirigirse a la dirección deportiva del club, pero no entiendo que se elija como hombre diana a un chaval que tiene poco acierto en sus acciones pero que lo da todo cuando sale al campo. Quizá ese todo no sea suficiente hoy día, aunque deberíamos recordar el modo en que Higuaín fallaba oportunidades a su llegada, provocando hasta bromas del ex-speaker Arturo Sisó, y cómo se ha convertido a día de hoy en el máximo goleador de su equipo en liga, con un ratio minutos/goles que ya quisieran para si algunos de sus compañeros.
En un futbol como el de hoy, en el que muchos echan en falta la presencia de extremos, el Madrid tiene dos jugadores natos para esa posición. Uno, de talla mundial cuando le respetan las lesiones, y otro con cualidades físicas, al menos en mi opinión, para llegar a ser como poco un buen futbolista. Habría quizá que mirar hacia dentro y preguntarse si alguien se ha preocupado por tallarle como futbolista de primer nivel. Me gustaría tener una bola de cristal para ver como un entrenador como Del Bosque hubiera trabajado con él, o un Manolo Jímenez, o un Pep Guardiola, o un Joaquín Caparrós. Nada de eso se ha encontrado Drenthe. Pero aún así, el club sigue teniendo dos extremos, uno hecho y otro por hacer, insisto.
El problema es que, este último, ha llegado a uno de los mejores clubes del mundo pero en uno de los momentos más extraños y complicados de su vida como institución.
Y de eso,creo, él no tiene culpa.
Comentarios
Otra cosa es que a los madridistas le duela el dinero que costó , sin duda, pero...la culpa, no es de el en ese caso.
Por otro lado, es muy joven aun, asi que antes de decir que es un inutil que nunca valdra para nada, me lo pensaria dos veces.
Seguramente el Madrid hoy en dia(y mas como anda el madrid), se le quede muy grande, pero al menos, tiene tiempo(a otros se le queda muy grande tambien, pero no tienen la excusa de la juventud).
Sin parecerme ahora mismo jugador para un club de esa talla, siempre he defendido que necesita de un buen técnico capaz de pulir sus cualidades, pues no sería la primera vez que un "paquete" deja la Casa Blanca y termina convirtiéndose en crack con otra zamarra.
Un saludo!
En fin, que silbar a los tuyos no hace que rindan mejor, sino al contrario, les mete más presión. Esos mentecatos deberían dejar de ir al campo y ceder su abono a alguien que vaya a animar
El público en general es así y siempre ha sido así, y el del Bernabeu en particular más aún. Ya silbaban a Martín Vázquez en cuanto perdía el primer balón y su propio público le insultaba. Un minuto después cuando la metía por la escuadra, la noche se volvía en reluciente día. El que no sabe ni entiende, como no puede razonar el fallo, la derrota o el fracaso, busca cabezas de turco. Y elige a los más objetivos más sencillos o más débiles.
Siempre ha sido así, y siempre lo será. Ahora le ha tocado a Drenthe o Marcelo, mañana le tocará a otros.
Lo que sí llama la atención es la distinta reacción: uno dice que "se la pela lo que grite el público", el otro dice sentirse abatido. Me quedo con el segundo sin lugar a dudas.