Cuando el destino nos alcanza
Hay clubes que por una u otra razón, por un tiempo, o para toda la eternidad, entran dentro de una particular lista negra mental que casi todos los futboleros poseemos. A veces simplemente porque cada vez que se enfrentan a tu equipo, el resultado sabes que va a ser negativo. En mi caso (y hablando como sevillista) aquí entran el Deportivo (cuando era Super), el Mallorca (especialmente en casa, caso parecido al del Málaga) y el Osasuna, en este ultimo caso agravado por la casi esperable e inevitable bronca entre los jugadores (aunque debo confesar que desde cierta semifinal de la UEFA, la cosa cambió a mejor). Son ese tipo de partidos que aguardas casi con resignación, deseando que por fin cambie la racha, pero esperando en realidad que de nuevo la cosa salga fastidiada.
Otras, lo que marca ese odio momentáneo (generalmente acallado y desvanecido en cuanto un par de victorias seguidas contra tal rival lo pasa a convertir de bestia negra a perita en dulce) es un único duelo, que por una u otra causa, reviste una singular importancia. Son esos partidos dolorosos, difíciles de olvidar a pesar del paso de los años.
Retrocedamos en el tiempo, hasta el 2 de febrero de 1997. En esa temporada infausta, donde se produjo el primero de los dos descensos casi consecutivos que hicieron de ser palangana un calvario, las cosas no marchaban bien. El Sevilla, que entrenado por Camacho coqueteaba casi de continuo con los últimos puestos de la tabla, se enfrentaba a una Real en mucha mejor situación. Sin embargo, por una vez en lo que estaba siendo una campaña tenebrosa, parecía que la suerte sonreiría a los blancos. En el 84, el marcador señalaba un dos a cero, ambos de Salva.
Minutos después, concluía el partido. En ese breve lapso de tiempo, toda mi fe, mi esperanza, mis sueños, habían muerto. El Sevilla perdió el encuentro, Camacho fue cesado, y desde ese instante yo supe (aunque aun no quería admitirlo), que íbamos a bajar, como así fue. Fue uno de esos momentos donde uno tiene la certeza completa de que el destino es un cabrón, y que va a por ti.
Desde ese día, y hasta nuestro definitivo retorno a primera, no puedo negar que le cogí una particular ojeriza a los donostiarras, acrecentada (y si, esto es algo muy muy friki) porque la Real y el Sevilla estaban casi empatados en la tabla histórica de la liga, luchando por la séptima posición. Esto, que no pasa de ser una mera anécdota sin importancia, era para mi un agravante al terrible pecado blanquiazul (el habernos ganado).
Por suerte (y seguramente, para desgracia Txuri urdin), ya cesó toda mi inquina hacia el equipo vasco, uno no puede seguir odiando a otro club histórico que esta sufriendo lo que en su día uno se vio obligado a pasar.
Ayer, tras mucho tiempo, volví a recordar ese partido. Mientras miraba los resultados de la jornada en la liga inglesa, observe en la Championship un marcador que me llamo la atención, un empate a cuatro entre el Peterborough United y el Cardiff City.
Accedí a la página donde se reflejaba lo sucedido en el choque, y entonces, lo vi.
En el 38”, en el electrónico se reflejaba un escandaloso cero a cuatro a favor de los galeses.
En el 89”, aun el resultado era de un cómodo 2-4.
Cinco minutos después, el partido concluía con empate a cuatro. Uno se pregunta si el campo estaba inclinado, porque los ocho tantos fueron logrados en la misma portería. Lo que esta claro, es que alguien, algún Dios con mala gaita, deseaba ese final. Si uno ve la jugada del tercer gol local (desde el minuto 5:20 del video), logrado en el 89, no le puede quedar lugar a dudas. Igual que a veces el balón parece no querer entrar, en otras, algo le conduce inexorablemente al fondo de las mallas, desde cabezazos sobre la línea que impiden que salga el esférico, rebotes que siempre te favorecen, malos despejes…todo corre hacia un inevitable final.
Tras el tercero, y viendo como se había producido, el cuarto simplemente estaba ahí, esperando caer. Y cayo, por supuesto. Es imposible luchar con el sino, cuando este tiene el día tonto.
El técnico del Cardiff, tras el partido, declaraba que no quería hablar con sus jugadores, hasta que pasara el tiempo, que iba a dejar uno o dos días de margen, supongo que para evitar palabras subidas de tono.
Pero se equivoca si piensa que una arenga puede cambiar algo, yerra si cree que algo hubiera podido evitarse de haber obedecido los jugadores más fielmente sus instrucciones.
Simplemente pasó lo que tenia que pasar. Yo estoy lejos de ser fatalista y de creer en predestinaciones, pero en ocasiones…el destino nos alcanza…
Otras, lo que marca ese odio momentáneo (generalmente acallado y desvanecido en cuanto un par de victorias seguidas contra tal rival lo pasa a convertir de bestia negra a perita en dulce) es un único duelo, que por una u otra causa, reviste una singular importancia. Son esos partidos dolorosos, difíciles de olvidar a pesar del paso de los años.
Retrocedamos en el tiempo, hasta el 2 de febrero de 1997. En esa temporada infausta, donde se produjo el primero de los dos descensos casi consecutivos que hicieron de ser palangana un calvario, las cosas no marchaban bien. El Sevilla, que entrenado por Camacho coqueteaba casi de continuo con los últimos puestos de la tabla, se enfrentaba a una Real en mucha mejor situación. Sin embargo, por una vez en lo que estaba siendo una campaña tenebrosa, parecía que la suerte sonreiría a los blancos. En el 84, el marcador señalaba un dos a cero, ambos de Salva.
Minutos después, concluía el partido. En ese breve lapso de tiempo, toda mi fe, mi esperanza, mis sueños, habían muerto. El Sevilla perdió el encuentro, Camacho fue cesado, y desde ese instante yo supe (aunque aun no quería admitirlo), que íbamos a bajar, como así fue. Fue uno de esos momentos donde uno tiene la certeza completa de que el destino es un cabrón, y que va a por ti.
Desde ese día, y hasta nuestro definitivo retorno a primera, no puedo negar que le cogí una particular ojeriza a los donostiarras, acrecentada (y si, esto es algo muy muy friki) porque la Real y el Sevilla estaban casi empatados en la tabla histórica de la liga, luchando por la séptima posición. Esto, que no pasa de ser una mera anécdota sin importancia, era para mi un agravante al terrible pecado blanquiazul (el habernos ganado).
Por suerte (y seguramente, para desgracia Txuri urdin), ya cesó toda mi inquina hacia el equipo vasco, uno no puede seguir odiando a otro club histórico que esta sufriendo lo que en su día uno se vio obligado a pasar.
Ayer, tras mucho tiempo, volví a recordar ese partido. Mientras miraba los resultados de la jornada en la liga inglesa, observe en la Championship un marcador que me llamo la atención, un empate a cuatro entre el Peterborough United y el Cardiff City.
Accedí a la página donde se reflejaba lo sucedido en el choque, y entonces, lo vi.
En el 38”, en el electrónico se reflejaba un escandaloso cero a cuatro a favor de los galeses.
En el 89”, aun el resultado era de un cómodo 2-4.
Cinco minutos después, el partido concluía con empate a cuatro. Uno se pregunta si el campo estaba inclinado, porque los ocho tantos fueron logrados en la misma portería. Lo que esta claro, es que alguien, algún Dios con mala gaita, deseaba ese final. Si uno ve la jugada del tercer gol local (desde el minuto 5:20 del video), logrado en el 89, no le puede quedar lugar a dudas. Igual que a veces el balón parece no querer entrar, en otras, algo le conduce inexorablemente al fondo de las mallas, desde cabezazos sobre la línea que impiden que salga el esférico, rebotes que siempre te favorecen, malos despejes…todo corre hacia un inevitable final.
Tras el tercero, y viendo como se había producido, el cuarto simplemente estaba ahí, esperando caer. Y cayo, por supuesto. Es imposible luchar con el sino, cuando este tiene el día tonto.
El técnico del Cardiff, tras el partido, declaraba que no quería hablar con sus jugadores, hasta que pasara el tiempo, que iba a dejar uno o dos días de margen, supongo que para evitar palabras subidas de tono.
Pero se equivoca si piensa que una arenga puede cambiar algo, yerra si cree que algo hubiera podido evitarse de haber obedecido los jugadores más fielmente sus instrucciones.
Simplemente pasó lo que tenia que pasar. Yo estoy lejos de ser fatalista y de creer en predestinaciones, pero en ocasiones…el destino nos alcanza…
Comentarios
Lo del Peterborough-Cardiff fue increible, lo iba siguiendo con el resto de la jornada de la Championship y cuando marco el 3º el Peterborough tenía claro que iban a empatar. Estas remontadas son maravillosas pero cuando le toca a tu equipo en contra te cagas en todo.
Sobre lo de ese tipo de remontadas...salvo que el equipo al que se la hagan, me caiga muy muy mal , casi prefiero que no se den, me duelen...
Un caso parecido al tuyo con la Real, me paso a mi con el Alavés que hace dos temporadas nos remonto un 2-1 en el descuento y nos quito el ascenso que teníamos entre las manos, el Alavés hizo su trabajo y se jugaba el descenso, pero cuando descendieron la temporada pasada no me dio ninguna pena. Eso si espero que asciendan esta temporada, porque esos "odios" como dices son pasajeros.