Treinta y cuatro

Nació con el don de la risa, y la intuición de que el mundo estaba loco…

Así comienza Scaramouche, en lo que es uno de los mejores principios de la historia de la literatura. De hecho hay muchos libros (y vidas), que no llegan a poseer en todo su extenso (y baldío) contenido una chispa de genialidad semejante.

¿Pero…cuando comienza algo, realmente?

Generalmente las historias que vemos o leemos, se limitan a mostrarnos un periodo limitado de la vida de una persona (o sociedad, o época). Fijémonos en el Quijote. Nos encontramos con un protagonista de edad avanzada, y conocemos sus peripecias a lo largo de un cierto tiempo, muy reducido. Pero todo lo que fue su vida anterior queda definida en unos pocos párrafos.

En cierto sentido, si seguimos el hilo del pensamiento, podríamos decir que no importa lo larga que sea una vida, sino lo que en ella se viva. Que alguien puede tirar quince o veinte años de su existencia, perdido en la inanidad, y luego vivir en seis meses experiencias suficientes como para escribir varios libros (o al menos uno delgado con letras gordas). Y esas vivencias pueden ser hermosas, o terribles, pueden llenar el corazón de gozo, o rasgarlo con cicatrices indelebles. Porque no existe día sin la noche, como no puede existir la alegría sin el dolor.

Pero…el día que de verdad entendemos que es mejor arriesgarse y fallar (ese manoseado “mejor haber amado y perdido, que nunca haber amado” no por repetido menos cierto) que encerrarse en una concha intentado no sufrir (y con ello de paso negándonos el acceso a la felicidad), ese día, seguramente volvemos a nacer. Y tal vez ese nuevo comienzo sea mucho mas verdadero que aquel lejano momento del que nunca podremos acordarnos porque la consciencia de nuestro ser llega siempre con unos años de retraso.

Nunca, nunca, es demasiado tarde para volver a empezar, y a veces es necesario un traspiés, una dolorosa caída, para volver a levantarse y arrancar de nuevo. Lo que nos hizo a los humanos lo que somos fue nuestra facultad de adaptación, nuestro cambio perpetuo. Porque si algo nos caracterizas, es que no somos (y malo del que si que lo sea), la misma persona a los 20 que a los 30, de que el recorrido vital que hacemos va sumando experiencias, que a modo de ladrillos nos ayudan a seguir construyéndonos continuamente a nosotros mismos. Y aunque pensemos que no podemos hacer algo, aunque seamos incapaces de imaginarnos haciendo ciertas cosas, muchas veces nos llevamos la sorpresa, años después, de que tales cosas las hicimos. Y no es que nos convirtiéramos en superhombres, ni magia alguna nos tendió la mano para ayudarnos. Solo nosotros somos capaces de derrotar a nuestro mayor enemigo, nosotros mismos, y el peligroso conformismo que nos atenaza. Nunca digamos “No podemos”, al decirlo plantamos la primera piedra para el desastre.

Y al tiempo, debemos dejar de vivir el pasado (porque no podemos vivir algo que esta muerto por definición), y pensar que siempre mañana será otro día, con 24 nuevas horas esperando que las usemos para lo que queramos. Y nadie más que nosotros seremos responsables de nuestros actos y nuestras decisiones, de nuestros fracasos, pero también de nuestros éxitos. Porque esa libertad nuestra que tanto temor causa a casi todo el mundo (si existen los totalitarismos es por el miedo que la gente se tiene entre si, y en el fondo, a si misma) es lo que nos hace ser una especie de dioses a pequeña escala.

Ayer cumplí 34. En los últimos tiempos, cada cumpleaños era para mí un trago amargo, un paso más hacia el final del camino, un estar mas cerca del adiós, un ver como la juventud se me escurría entre los dedos, como los granos de arena de la playa. Y eso, el pensar más en el final que en el recorrido, me impedía disfrutar de todo lo que la vida ofrece.

Ayer sin embargo, estaba contento. He cambiado, me encuentro mas vivo que jamás en mi vida, intento superar día a día los miedos que me atenazaban, y arriesgarme donde antes me retiraba, hacer cosas nuevas, descubrir nuevas experiencias. Nada esta escrito, y aunque el amargo fruto de la derrota sea más de una vez el único premio que me aguarda, prefiero cosecharlo antes de ser un mero espectador de mi propia existencia.

Si alguien me hubiera dicho tres meses atrás que vería el mundo con estos ojos, le habría tachado de loco. Para mi entonces solo se abría por delante un tenebroso y oscuro túnel sin final. Descubrir que tenia salida, y que tras él el sol brilla mas fuerte que nunca, es seguramente lo mejor que me paso jamás.

En cierto sentido, y haciendo (como era inevitable), un símil futbolístico, pienso en mi Sevilla. De la ruina, del descenso, de la caída al barro, a la renovación, los títulos, la gloria inimaginable y ese entrar en los libros de historia que jamás podrá sernos arrebatado, por mucho que luego, como es casi inevitable, vuelvan a producirse malos tiempos.

Nunca rendirse, nunca bajar los brazos, siempre tener esperanzas, pero al tiempo poner el esfuerzo necesario para que esas esperanzas no sean mera quimera. Y si, sin duda, tener suerte, y que los hados sean benignos contigo. Pero una cosa es que la suerte influya, y otra dejar a nuestro destino únicamente en los cambiantes designios de la diosa fortuna. Es como si al terminar el partido y haber caído derrotados, lanzar todas nuestras iras sobre el fallo arbitral, sobre el error del colegiado, sin pensar que hemos tenido noventas largos minutos para hacer que los embates del sino (en forma de pitidos), no fueran mas que molestos mosquitos incapaces de hacernos verdadero daño.

Tras años alejado de la música, sin que esta apenas significara para mi más que un leve fondo casi inaudible detrás de cualquier otro tipo de actividad, en los últimos meses he pasado a sentir que vivo en una especie de continua banda sonora. A los Beautiful South, la piedra cardinal de mis amores auditivos desde el verano, que me ayudaron a ser lo que soy hoy seguramente en mayor medida de lo que podría haber imaginado, se les sumaron en los últimos tiempos los Lightning Seeds, otro de esos grupos de amplia relación futbolera. Y es con ellos, y exactamente con una canción titulada “The Life of Riley” (que fue usada como parte de la sintonía de “The Match of the day”, mítico programa futbolístico de la BBC), con lo que me despido, deseándoos a todos simplemente que mañana sea otro día…que es mucho mas de lo que parece…



3 comentarios:

Mauricio dijo...

Aunque tarde, felicidades Martín!!! Me alegra que te sientas así. Animo, solo faltan 66 para la centena :D

cityground dijo...

Enhorabuena por los 34 y por el artículo, bueno soy solo un año mas viejo que tu.

Me alegro que estés con mas optimismo, los treinta y tantos son unos años un poco complicados, como dices son el final de la juventud, de eso de modo de vivir despreocupado cuando eres estudiante, llegan las obligaciones, matrimonio, hijos (es mi caso), pero que quieres que te diga cada época tiene sus cosas maravillosas y hay que disfrutarlas a tope.

Anónimo dijo...

felicidades eres con todos mis respetos a todos los demas escritores el que mejor escribe de la pagina enorabuena :D