Sad but true

Siento ser el que venga a fastidiar la fiesta, pero hay un par de temas de los que si no hablo creo que voy a explotar: los acoplados y los mercenarios. Me niego rotundamente a pasar por alto a semejantes impresentables por muy contentos que andemos los españoles, pues hay cosas que ni se pueden permitir ni podemos mirar para otro lado.
Creo que estas cosas sin anestesia entran mucho mejor, por lo que seré explícitamente claro. ¿Qué cojones pintaba el lunes tanto pintamona en la celebración mundialista de la selección española? De un festejo deportivo, para los futbolistas y la gente se degeneró en un improvisado concierto de sospechosos músicos muy venidos a menos que destrozaron un momento único, quien sabe si irrepetible. ¿A quién hay que pedir responsabilidades? Por vergüenza ajena (eso es lo que hemos dado de cara al mundo) que dimita, si es posible llevándose a las cavernas a todos los casposos que invadieron el escenario de esos 23 tipos que nos han emocionado hasta la exaltación estos días, algo que volvieron a lograr los malditos personajes que aparecen siempre, aprovechando cual chupópteros un momento que no solo no les corresponde sino que contribuyeron con todos sus ánimos a destruir.
Pero no, nuestra patética fauna folklórica no será la única que se lleve los palos. También le tengo reservada (?) un poco de cera al señor Howard Webb y al malnacido presidente de la FIFA. Se hace muy sencillo explicar el porqué del arbitraje de la final, así como la limpia generalizada de amonestaciones tras superar el cruce de cuartos: la máquina de hacer dinero no puede/debe adolecer de alguna de sus estrellas en los momentos de máxima audiencia, cuando más plata se factura. Para ello la tremendamente hipócrita institución futbolística, aquella que supuestamente defiende a este deporte mientras enarbola la bandera del Fair Play, se vale de las más sucias tretas con tal de no alterar el producto, engañando quizá a unos pocos pero logrando todo lo contrario de cara al público general: estropearlo, ensuciarlo a más no poder, jugar con la ilusión de la gente y dejar un poso generalizado de show business muy por encima del deporte.
Es infinitamente asqueroso comprobar como las directrices que vienen desde arriba se cumplen inexorablemente por muy flagrante que sea la norma transgredida. Aquello de “lo vio hasta un ciego” se queda corto para hacer el vano e inútil intento de explicar el porque el árbitro no expulsó a varios jugadores holandeses antes del descanso. La bestialidad de Nigel De Jong sobre Xabi Alonso merece una condena que mejor no comentar en un lugar que trata sobre lo bello de nuestro amado deporte. Las patadas a destiempo siempre buscando golpear al rival en vez del balón de Van Bommel no son más que el triste e impotente reflejo de un malísimo atleta y peor persona.

Mucho asco es lo que esto provoca entre los amantes del deporte puro, ya sea el nuestro o cualquier otra disciplina. Ojalá en el futuro si un día nuestra selección alcanza de nuevo el éxito no haya que soportar a los que les roban inmerecidamente el protagonismo ni al poder establecido que con la excusa del espectáculo permite impunemente cacerías humanas que son la peor publicidad para el fútbol. Nunca más, ha sido demasiado triste para ser verdad.
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