El día que un equipo jugó, ganó y salió campeón con siete (1º parte)

Hoy en el Café, nos complace presentaros una nueva colaboración de uno de nuestros lectores. En este caso, desde Brasil, Mauricio Brum (que participó en distintos blogs de aquel país como futebesteirol y ahora en Impedimento, además de actuar como locutor radiofónico y colaborar en prensa escrita) nos escribe sobre uno de los momentos mas importantes (y desde luego emocionantes) de la historia de su club, el Gremio de Portoalegre. Quiero agradecer su esfuerzo (nos mandó el texto en castellano a pesar de ser lusoparlante), así que si encontráis algún fallo de redacción el error es mío, no de el (ya que lo revise para hacer más comprensibles ciertos giros gramaticales). Os dejo con la primera parte del relato, que lo disfrutéis.

El día que un equipo jugó, ganó y salió campeón con siete (1º parte)

No estaba nervioso. Yo estuve en la Batalla de Aflitos

Anderson, después de tirar un penalti por el Manchester United en la final de la Champions League 2008

Cuando el colegiado Djalma Beltrami pitó el final del partido aquel sábado, mucho después del termino del tiempo reglamentario, lo que todos imaginaban desde hacía 363 días se ratificó. El domingo 28 de noviembre de 2004 Gremio descendió a la Serie B del Brasileirao. Cuando cayó, lo hizo con estrépito: fue la peor temporada de un equipo en primera hasta entonces. El sábado 26 de noviembre de 2005 Gremio volvió a primera ganando de visitante.

Pero si uno lo cuenta así …no lo cuenta.

Era un sábado de cielo gris. Un día que para los gremistas empezaba con ganas de liberación, pero que tenía en el aire los colores de una posible desilusión. El partido de aquella tarde lo llevaban esperando casi un año (que más pareció una vida entera), como enfermos sobre el lecho que sólo quieren oír del doctor que al fin conseguirán volver a las calles ,o un tipo en prisión para quien las noches de las últimas semanas antes de la libertad, las noches del todavía, son aún más largas que cualquier noche del pasado.

Y el viejo andaba solitario. Venía por la ruta en su coche oyendo al partido en el radio, regresando a su ciudad después de dar unas clases en un pueblo más al norte. Un banderín del Gremio en la ventana era la cosa más azul en una tarde de tonos extraños. Desde principios del año el histórico club de Porto Alegre trazaba caminos diferentes de los que se acostumbró, jugando en los campitos de la Serie B a veces con reveses increíbles. Alcanzó la ronda final del torneo, con más victorias que derrotas (pero no pocas de estas), y llegó al último día necesitando de un empate para lograr el ascenso. Jugaba en Recife, en cancha de Náutico, mientras a pocos kilómetros de allí Santa Cruz y Portuguesa peleaban por otro lugar bajo el sol en el césped del Estadio de Arruda.

A los Tricolores les bastaba un punto. Al rato las cosas aun mejoraron: el primer gol del día fue de la Portuguesa, el equipo de ascenso más improbable, lo que le facilitaba la vida a un Gremio que antes del comienzo tenía el liderato. Sin embargo, la suerte se fue antes que la tarde, y cuando el viejo paró para comprar una gaseosa a orillas de la carretera el infierno apenas daba su cara por primera vez. En Arruda, el Santa Cruz lograba el empate y la remontada con una velocidad apabullante. En el Estadio de Aflitos, la predestinación del nombre del barrio que daba nombre a la cancha apareció en el penalti inexistente pitado a favor de Náutico.

El comienzo de la aflicción traía al recuerdo cada uno de los dolores de los fines del 2004 y de todo el 2005. El viejo sabía que el partido de aquella tarde nada tenía de los golazos de Renato contra el Hamburgo en la Intercontinental de 1983, ni del testarazo de César ese mismo año, cuando Gremio ganó la Libertadores que le permitió soñar con el mundo, ni tampoco del penalti tirado por Dinho en Medellín ante el Atlético Nacional en la noche de la segunda estrella sudamericana en 1995. Eso sí, un penalti otra vez se ponía en el camino, aunque ahora más se asemejaba a los penales de Tokio 95, cuando Gremio no revalidó su condición de campeón mundial contra el Ajax holandés en los tiros de once metros.

Un penal que para el Gremio podía ser asesino. El Tricolor había iniciado el 2005 con sólo siete jugadores en la plantilla, roto por el descenso y con sus finanzas a cero. Jugadores que habian estado en en el equipo seis ó siete años atrás todavía cobraban su sueldo, a nadie le interesaba irse a jugar en el Estadio Olímpico, y un equipo de desconocidos entró a pelear por la B con la remera azul, negra y blanca. Quedarse otra temporada en segunda significaba ver como las cuotas televisivas se reducirían aún más, y mirar al club definitivamente como un cuadro chico – en el diario, uno de los periodistas más conocidos por su gremismo dejaba claro que, si fuera así, lo mejor sería que el club cerrara su fútbol.

El arquero Galatto, que hoy milita y sufre en Málaga, no encajó el gol de penal. La pelota voló hacia el palo, el mundo se hizo perfecto y justo por unos minutos, el partido siguió como si fuera normal. No lo era. El viejo, de cuyos dedos el tiempo huía haciendo el reloj correr, regresó al auto y continuó el viaje. Ya no escuchaba el partido con el mismo desprecio de antes. En el cielo gris ahora brillaban unos rayos a lo lejos y el viento soplaba más fuerte. Una leyenda ancestral de la familia decía que el viento andaba de manos con la muerte y a él le pareció que el muerto del día podría ser su Gremio. Vino la segunda mitad y el Tricolor se quedó con diez tras la expulsión del chileno Escalona. No sería el único. Unos minutos después, otro penal inexistente desató la locura.

Eran 34 del segundo tiempo. Un remate desde fuera del área le pegó al codo del volante Nunes, pero el brazo estaba junto al cuerpo. El referí Djalma Beltrami, que hacía poco había ignorado un claro penal de Galatto, pitó. Entonces los gremistas sintieron que pasado y futuro se hundían en un error arbitral y no lo aceptaron. Alrededor del juez, un ejército azul estaba dispuesto a cobrar su vida por la pérdida inminente del ascenso. Lejos de Recife, por la tele, millones de Tricolores llevaban las manos hacia la cabeza y deseaban que todo no pasara de un delirio nocturno: en un minuto de furia, otros dos jugadores salieron expulsados.

La policía entró en el césped e interpretó a los gremistas como sus peores enemigos. Llegaron atacando. Al lateral Patrício lo derrumbaron al suelo y allí él se quedó por muchos minutos. El campo ya era un océano de periodistas, jugadores, policías y hasta un aficionado intentó ingresar para agredir al árbitro. En su ruta lejana en el sur de Brasil, el viejo paró el coche, bajó y, sin saber qué hacer, se puso a chutar los neumáticos. La razón se escapó de las ideas gremistas. Unos preferían salir del juego y dejar el campeonato pendiente de los tribunales deportivos. De cierto era que nadie quería que se tirara el penal. Nadie, ni Domingos, el defensa que sacó la pelota de la mano de Djalma Beltrami cuando éste iba a ponerla en la marca del penalti.

Fue la cuarta tarjeta roja…(Continuara)

3 comentarios:

Martín dijo...

Personalmente me gustó mucho Mauricio,no recordaba que el Gremio hubiera estado en tan mala situación, y menos tan poco tiempo después de sus grandes éxitos. No me quiero imaginar como vivisteis sus hinchas el partido...

Espero a lo largo de la semana publicar la 2º parte.

Alex Maladroit dijo...

Vaya, qué lástima ese 'continuará', engancha la historia.

Palmeirense dijo...

Muy grande la 'Batalha dos Aflitos', un partido realmente increíble.
Debe ser imposible expresar en palabras lo que debió sentir un gremista ese día.

Esperemos que el texto se acerque lo máximo posible :D