Copa América: ¿es tiempo de un nuevo orden?
Infinidad de jugadores sudamericanos pueblan las ligas de todo el mundo. Numerosos son los cracks argentinos decisivos en sus conjuntos. Nombrarlos a todos resultaría en un vano ejercicio. Lo de los brasileños es caso aparte. Revisen el torneo nacional más recóndito, dele una patada a una piedra y le saldrán a pares ya sea en Japón, Burundi o Tanzania. Sin embargo, son muchos menos aquellos en cuyo carnet de identidad destaca la procedencia uruguaya o paraguaya. Cantidad inferior, pero tremendamente valiosos. Incluso si se tercia dan la sensación de poder dejarle la vida en el campo de ser necesario.
Así, a base de coraje, extenuar al contrario y exprimirse a sí mismos al máximo, han llegado charrúas y guaraníes a la gran final del Monumental bonaerense. Complicadísimo doblegarles, ni si quiera las habituales suertes de las tandas de penaltis les dan la espalda. Concretamente Justo Villar estuvo a punto de dejar fuera a España del pasado Mundial al detenerle Xabi Alonso una pena máxima. Pero si no lo pudieron hacer en aquella ocasión, en ésta han dejado por el camino a una impotente Brasil en cuartos y a la desafortunada Venezuela en semifinales. A la Vinotinto de nada les sirvió anotar un gol (que les fue anulado) ni golpear tres veces los postes, ya que nada ni nadie ha superado a los paraguayos en una competencia de la que han hecho el empate sinónimo de victoria.
Respecto a Uruguay, sus legionarios del balón son reconocidos en todo el mundo. Forlán lleva ya muchos años a gran nivel en Europa, obteniendo hasta en dos ocasiones la Bota de Oro. Cavani es el arma definitiva del Napoli retornado a Champions 20 años después. Luis Suárez dejó su impronta en Ámsterdam para enamorar ahora a Anfield. Si la delantera impone, atrás literalmente asustan. Hay que tenerlos bien puestos para encarar a tipos como Arévalo Ríos o Lugano, que no dejan prisioneros, o para batir al arquero Muslera. Precisamente su guardavallas se ha convertido en otro especialista en vencer las fatídicas tandas de penalti, una suerte que crucificó a Asamoah Gyan (lanzó alto) y a Tévez, que sigue pagando los platos rotos de la eliminación argentina.
Es por ello que nos preguntamos si se aproxima un nuevo orden en el fútbol sudamericano. Si bien las grandes fábricas argentinas y brasileñas seguro que no dejarán de producir nuevos genios del balón (lo cual por fuerza debe hacer resurgir a sus combinados nacionales), bien es cierto que Uruguay parece haber regresado últimamente por sus fueros históricos y Paraguay se ha ganado el respeto de todos desde finales del siglo pasado. Enfundarse la Celeste vuelve a ser motivo de orgullo, pero también obligación de victoria. Hacer lo propio con la remera rojiblanca de los guaraníes es sinónimo de pelea noble hasta el límite de las fuerzas en un conjunto tan disciplinado como su rival de la final, aunque seguramente más limitado en el aspecto técnico.
Desde aquí nuestro aplauso a técnicos como el ‘Maestro’ Tabárez y el ‘Tata’ Martino, dos seleccionadores a la altura de los más grandes si se compara su excelente trabajo con los resultados que obtienen dentro de lo modesto (¿cabe usar este término para definir la gloria uruguaya?) de su sensacional obra, exprimiendo unas canteras numéricamente inferiores a las de sus gigantescos vecinos pero proporcionalmente tan valiosas como las más punteras del mundo. ¿O alguien se atreve a discutir su presencia entre los combinados nacionales más punteros del globo tras sus últimas actuaciones?
Suerte para ambos en la final. Se la merecen.
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