El anillo

Ayer, como por casualidad (pero… ¿aun crees en ellas?) una pieza de tu pasado volvió a ti.

Oculto en el interior de uno de esos cajones que sirven de almacén (o quizás de cementerio) de objetos olvidados y olvidables, entre un mar de recuerdos prefabricados que acumulamos sin demasiado sentido pero que nos resistimos fieramente a desechar (porque hacerlo implica borrar una parte de nuestro pasado), allí, estaba el anillo, bajo el amarillento despojo de una entrada al Cartagonova, guardada para conmemorar quien sabe que hazaña perdida.

Plateado, finas líneas entrelazadas serpenteaban a lo largo de su circunferencia. Apenas entraba en tus dedos. No, en realidad ya no era tuyo, seguía siendo de aquella lejana chiquilla que fuiste.

Sonreíste, y a pesar de su difícil encaje, te lo pusiste. Por un segundo, retrocediste en el tiempo, y volviste a ser esa adolescente inocente con todo el mundo por delante, en aquel cuarto empapelado con fotos de futbolistas y cantantes de Pop, donde aún alguna muñeca anónima luchaba por atrapar  los postreros pasos de tu niñez, que solo esperaba ese primer beso para decirte adios.

Salimos a pasear. Tu mano, cálida, aferraba a la mía mientras caminábamos juntos bajo el sol, con tu perro corriendo entusiasmado entre las dunas. Siguiendo el sendero, ese camino de baldosas amarillas de tu imaginación, llegamos a la orilla de ese mar que no lo es. Comenzaste a arrojar piedras, como si quisieras rellenar el océano. 

Y entonces, ese anillo que ya no te pertenecía escapó en busca, no de la libertad, sino de un nuevo dueño a quien robarle el corazón. Y aunque lo buscamos, el y su brillo gris habían desaparecido, de nuevo, de tu vida, perdido esta vez en el fondo del mar. 

No te pongas triste. Ayer no perdiste el anillo, hacía años que lo habías hecho, junto a la inocencia y la juventud. Lo de la tarde pasada fue una despedida, la última visita de un viejo amigo al que nunca volverás a ver, que vino a decirte adiós. Fue un adiós eterno, pero al menos, fue un adiós. 
Dentro de un tiempo, cuando alguien recupere la joya de su reposo entre las arenas, su historia continuará. 
Date por satisfecha, formas parte de ella, y seguirás presente en cada uno de los dedos a los que acoja con su frío abrazo.

No sientas añoranza, a ti no te hacen falta anillos que te aten, solo alas que te hagan volar como siempre soñaste… 

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