Simeone, el elegido

Simeone con la Supercopa de Europa
Aún recuerdo la primera ocasión que vi a Simeone. Vestía de blanco o de rojo según la ocasión, y se desempeñaba en las filas sevillistas, donde un par de buenas temporadas le valieron su pase al Atlético de Madrid del ínclito Jesús Gil. Su fuerte carácter, además de sus grandes cualidades futbolísticas, pronto le valió el cariño de la afición colchonera, para la que cuajó como ídolo casi desde el momento en que se enfundó la rojiblanca por primera vez

Alma de un equipo formidable, el mejor que ha disfrutado el club madrileño en el último cuarto de siglo, su mando sobre el césped, su fiereza y sus atinados goles en los momentos justos le otorgaron un estatus que jamás varió pese a su marcha tras apenas tres campañas. Regresó un par de años más para ayudar a consolidarse a la institución de nuevo en Primera tras el periplo por el Infierno, volviendo a su Buenos Aires querido para retirarse en Racing de Avellaneda, del que es declarado seguidor desde niño, y donde comenzó su carrera de entrenador en 2006. 

Desde que colgó las botas supo que sería entrenador, una nueva profesión en la que nunca ha dejado indiferente a nadie, especialmente en Argentina, donde pasó por varios clubes grandes dando siempre la sensación de obra inacabada en sus proyectos. Así, si bien sacó campeón a Estudiantes, sentando las bases del equipo que lograría la Libertadores poco después, se marchó posteriormente a un River en el que en un semestre les llevó a la gloria local para después dejarlos como colistas. Ya en San Lorenzo de Almagro renunció al no salirle las cosas como pretendía. Contrastes. 

Un buen paso por el Catania italiano le llevó de nuevo a Racing, donde logró el subcampeonato liguero peleándole el título hasta el final a Boca. Las diferencias con el nuevo presidente Gastón Cogorno dieron con una nueva renuncia a la vez que se liberaba el banquillo colchonero. Coincidencia o no, el Cholo llegó a un lugar en el que el que esto escribe pensaba que no le irían las cosas tan bien. Por un lado por sus antecedentes, por otro por el irregular rumbo que tomaba un equipo rojiblanco que parecía a la deriva.

Pero erré, y bien que me alegro. No soy colchonero pero por el cariño a mi abuelo y mi hermano, que si lo son, siempre les he respetado e incluso apoyado en momentos puntuales, alegrándome sus victorias porque también ello haría felices a los míos. Y para ellos, Simeone representa tanto como lo que han sido Adelardo, Luiz Pereira, Luis Aragonés o Gárate en su momento. Un símbolo, alguien a quien agarrarse en las malas y con quien cabalgar hacia esas victorias imposibles tan del Atleti. Eso último es lo que lograron el pasado viernes, una nueva Supercopa de Europa goleando contra pronóstico al Chelsea, vigente campeón de la máxima competición continental. 

Por circunstancias personales pasé parte de la tarde del sábado en el aeropuerto de Barajas, donde el desembarco de hinchas colchoneros fue una constante endulzada con cánticos y abrazos cómplices entre aquellos que disfrutaron de la última gran reivindicación rojiblanca. Para muchos fue el mejor partido que le han visto jamás a su equipo, palabras mayores tratándose de un club centenario que ya ha vivido muchísimas alegrías (y sigue produciéndolas). Para otros, la constatación de la grandeza de una institución que pese a sus dirigentes sigue siendo gloriosa. 

Todo ello, sin embargo, posiblemente no lo hubieran vivido de ser otro el que tomase el mando de la nave del Manzanares a finales del año pasado. Con Diego Pablo Simeone llegó una aceptable recuperación liguera, una inolvidable final de Europa League en Bucarest ante el Athletic de Bielsa y una gloriosa noche de fiesta en Mónaco a ojos de una Europa alucinada por el poderío de un equipo y una afición llevados en volandas por el Tigre Falcao sobre el césped y por el Cholo desde el banquillo. ¿Se atreve alguien a descartar que sea él el elegido para devolver al Atleti al lugar que le corresponde en un futuro no muy lejano? Ojalá que, esta vez sí, ese sea el reto que se ha marcado el argentino. No será por falta de carácter.

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