Una isla de realidad

El nunca ha sido, a decir verdad, un futbolista de nuestro tiempo.

 A veces parecía un futbolista de finales los setenta, capaz de ser protagonista en milagrosas remontadas frente a equipos casi todo poderosos y a la vez seguir con el acento que lo acercaba al que jugaba en un descampao con dos porterías consistentes en dos jerseys o dos piedras. Pero el destino no lo puso en uno de los grandes nunca, y nos quedamos sin leyenda.

 A veces parecía que le habían sacado de un vídeo de los ochenta con algún editor de imagen y nos lo habían incrustado en las pantallas a modo de guiño, como cuando David Fincher introdujo en la película "El Club de la Lucha" esos frames de Tyler Durden casi inapreciables al ojo humano. Casi. Pero esa barba, esas espaldas anchas, esa potencia, evocaban a cualquier época pretérita al tikitaka. Y en un campo embarrado. Posiblemente el Ramón de Carranza.

 A veces parecía un futbolista de esos de los noventa, con una novia recauchutada que vivía a saltos entre programa y programa del corazón, gustoso de lucir un cochazo ganado con el sudor de su frente sin que eso fuera ninguna metáfora, y adelantando por la autovía del mismo modo que ganaba la posición en el área al central que dos jugadas antes le había rascado la espinilla para enchufar el balón a la red. Porque él no era de "pasar el balón a la red", era de enchufar. Que es menos poético pero igual de glorioso.

 A veces parecía una isla de realidad entre un ejército de niños bien que habían olvidado su pasado. Con sus defectos, con sus lios de parejas, con su manera de hablar, con su excesiva sinceridad, con la vertiente de la (tan malgastada palabra) humildad que no se suele ver. La humildad del que es tan humilde que no la menciona porque no la considera una virtud sino una característica asumida.

A veces, verle en el banquillo o en la grada recordaba lo increíblemente variable que puede ser la vida.
O como dicen en "El hijo de la novia", uno cree que se sabe su futuro de memoria y de repente se te puede cruzar un camión y mandarlo todo a la mierda (sic)

 En estos tiempos, en que se convierte en noticia que un futbolista lleve un chupete en las medias, echaré de menos a un tipo como Dani Güiza en nuestra liga, aunque sea en un banquillo o en una grada.


3 comentarios:

jaimemow dijo...

Me ha encantado el post, juampex.

Recuerdo cuando ganó el pichichi en Mallorca, que se decía que el Barça lo tenía fichado.

De ahí si no recuerdo mal se marchó al Fenerbahce (tras ganar la Eurocopa, por cierto) y fue languideciendo hasta acabar, nada menos que en el fútbol de Malasia...

Estoy seguro que si en vez de irse ocn Aragonés hubiera pasado a un club, ya no top, sino de Europa League de España, su futuro hubiera acabado de manera totalmente diferente.

Garrincha dijo...

Otro futbolista al que se carga su propia cabeza. Una lástima, es un definidor excelso pero no ha tenido una vida ordenada, no le fue todo lo bien que cabía esperar en Turquía y ahora acaba en una liga de 3º o 4º nivel pese a tener aún una edad para despuntar en un campeonato importante.

Paco-ropa barata dijo...

Yo también pienso que no ha dado todo lo que lleva de buen futbolista. Le falta un equilibrio en su vida social (Garrincha lo define a su forma diciendo que no ha tenido una vida ordenada) que se nota en el campo. Que no se tome mal, que eso es mal generalizado en todos los sectores y vidas, porque lo fácil en esta vida es desaprovechar las facultades por culpa propia o ajena. Güiza es un tío normal al que le pasan cosas normales.