El diablo que mata al espacio
Romelu Lukaku, autor de dos goles en la tarde francesa. |
Llegaban con la clásica aura de favoritismo que suele vaticinar un golpe duro. Ya le sucedió a Inglaterra contra Rusia, así como a Austria ante Hungría. También a ellos contra una Italia que desnudó sus muchos defectos. Porque sí, Bélgica tiene mucho talento, especialmente en la zona de tres cuartos así como contundencia en su delantera, pero su desorden inicial resultaba engorroso. Tanto, que los azzurri, a priori víctimas propicias (nunca aprenderemos), les dieron un baño de realidad para imponerse con claridad y desnudar las carencias de su adversario.
Les tocaba redimirse. No únicamente a unos jugadores acomodados que suelen jugar al pie (evidente perjuicio para cualquier equipo), sino también para Marc Wilmots, empecinado en taponar a los suyos con cuatro centrales atrás y un mediocampo con más nombre que fútbol. Dicen que tras la derrota del primer día ha habido tensión en la concentración belga entre los primeros espadas y el propio seleccionador. Sea como fuere, éste último ha acabado comprendiendo que no iban a ningún lado con una alineación tan incoherente.
Así, Meunier entró en el lateral derecho en detrimento de Ciman. Fellaini, que suele aportar poco más allá de su imponente figura y su carismático peinado, dejó su lugar a Hazard, que se retrasó para que Carrasco entrase más adelante. Por último, Dembélé tomó el testigo de Nainggolan. Con menos músculo, más técnica y más cerebro, Bélgica ofreció otra cara. A ello ayudaron tanto la necesidad como la inoperancia de una Irlanda en la que Hoolalan se quedó sin socios en los que apoyarse. Solo Coleman llegaba con cierta frecuencia desde el carril diestro, insuficiente para abastecer a un solitario Shane Long.
El cambio se notó en varios aspectos claramente visibles. Dembélé batió líneas en conducción. Al fin alguien rompía la monotonía, animándose también Hazard a seguir este camino. Los desmarques de Carrasco abrieron una nueva dimensión: por fin alguien se animaba a correr, pidiéndola al espacio. Algo tan básico como esto alteró el hasta entonces oscuro panorama de los Diablos Rojos, que vieron la luz cuando De Bruyne condujo por el flanco derecho una contra letal que Lukaku transformaría en el 1-0.
Abierto el melón irlandés todo sería más sencillo. Los hombres de Martin O'Neill empezaron a dejar claros sobre el césped, dudando si atacar la posesión de su rival o si seguir esperando. Cuando iban hacia adelante, además, dudaban ante las pocas respuestas que puede ofrecer su ofensiva, más necesitada del juego directo y el balón parado que de un juego estático ante el que poco pueden hacer. De este modo, a la hora de juego una triangulación por la derecha llevó el esférico a Meunier (gran encuentro el suyo), que le puso un caramelo a Witsel para que éste marcase de un testarazo el 2-0.
A partir de ahí fue coser y cantar para Bélgica, ya que la República de Irlanda lo intentaba con más fe que fútbol, e incluso la primera iba mermando según transcurrían los minutos. Otra contra letal, una vez más por el costado diestro y conducida ahora por Hazard, permitió a Lukaku sentenciar con sencillez. 3-0, Mertens al césped para divertirse un poco y Wilmots a rezar para que las lesiones de Dembélé y Carrasco sean poca cosa.
Los Diablos Rojos masacraron la espalda irlandesa, matándoles al espacio. A ver qué propuesta y con qué piezas nos sorprende Wilmots en el duelo definitivo ante Suecia.
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