LA ALEGRÍA DEL FÚTBOL

"Alegría do povo", la alegría del pueblo convertida en la del fútbol, afirmación extensible a toda persona amante de este maravilloso deporte independientemente de colores, credos e ídolos. Amar a Garrincha es amar al fútbol, y viceversa. Protagonista de una vida peculiar, inolvidable y espléndida por la simpleza de su juego y de su personalidad, pero trágica en muchos de sus pasajes, consiguió pese a ello que nadie lograse frenarle sobre el tapete, ni lejos del mismo. Ya fuera con la zamarra de Botafogo o con la de la selección brasileña, Garrincha hizo magia alegrando a todos los que le conocieron, resultando imparable con el balón en los pies y la botella en la mano. Hombre, jugador y leyenda, disfruten por favor.

MANOEL DOS SANTOS, EL HOMBRE

El 28 de Octubre de 1933 la comadrona anunció lo que nadie quería oír en aquellos días de pobreza y penuria. Manoel Francisco dos Santos nació con las piernas dobladas, la izquierda hacia fuera y la derecha hacia dentro, siendo la siniestra seis centímetros más corta que su par diestra. Aquella maldición acabaría convirtiéndose en una insalvable ventaja, pero en la humilde casa de su familia en Pau Grande ni lo sabían ni lo intentaron remediar ya que sus padres y hermanos tenían otras necesidades más urgentes que atender. En un Brasil inmerso en dictaduras y constante agitación política con el pueblo como eterno pagador, la escasez de médicos en la zona tampoco ayudó a que el pequeño Manoel pudiera enderezar sus ya maltrechas rodillas, con la polio haciéndose presente en su vida desde tan temprana edad.

De entre sus doce hermanos, fue Rosa la que le bautizó con el sobrenombre de Garrincha, al igual que un ave autóctona del Mato Grosso que le recordaba al pequeño Mané por cómo se desenvolvía. Juguetón pero tranquilo, al joven le gustaba jugar al fútbol, cazar y pescar. Comenzó a fumar a los diez años, y a beber quién sabe cuándo. Pronto para su edad comenzaron a atraerle las garotas, las chicas, perdición amorosa e incontrolable durante toda su vida, aunque no tan dañina como la cachaça que consumía primorosamente. En todos esos dispares aspectos era sin duda el mejor, ya que de forma instintiva no había quién le superase, ni a él ni al tamaño de un miembro viril más que famoso entre las féminas de la época que entre su posterior fama de gran estrella y su simpático humor pesaron más que su evidente fealdad y las deformaciones de su columna y piernas.

A los catorce años comenzó a trabajar en la fábrica textil de su pueblo, algo que hacía la práctica totalidad de los lugareños. Su cometido consistía en arrastrar un carro con el que recoger y transportar materiales. Cada vez que se cruzaba en sus labores diarias con la gente del pueblo éstos se compadecían del joven, aunque como el propio Garrincha reconoció siempre, no se sentía diferente a los demás, y sus piernas dobladas le permitían regatear por los recovecos más estrechos entre las máquinas de la fábrica. Sin embargo era un trabajador tan vago y espantoso que fue despedido. Eso sí, sus habilidades futbolísticas ya eran tan notorias que el presidente de la compañía solicitó su reingreso para que pudiera formar parte del equipo de la empresa, aunque ello tampoco le preocupaba demasiado. A decir verdad, el balompié de por sí ejercía más como distracción que como posible escape a su situación personal y laboral, hasta el extremo que el fatídico 16 de Julio de 1950, día en que Uruguay provocó el 'Maracanazo', Mané se fue a pescar tranquilamente en vez de escuchar el partido por la radio, para enfado de sus coetáneos. La fiesta que provocaba cada vez que tomaba el balón para burlar de mil maneras a sus rivales no podía ser tomada tan en serio, o al menos así lo veía él.

Acabó siendo extremo derecho por casualidad. A su alcohólico padre no le gustaba que jugase al fútbol, por lo que esa posición era la que le permitía estar más lejos de él en caso de que se asomase por los improvisados terrenos de juego, además de servirle como salvoconducto para sus escurridizas huidas de su progenitor cuando era descubierto.

Pronto se casó con Nair, una compañera de trabajo a la que había dejado embarazada. No sería la primera vez. Ni la segunda ni la tercera, ya que Nair parió ocho hijas de Mané Garrincha en apenas una década. Aún así, al fichar por Botafogo ella permaneció en Pau Grande mientras él vivía en Rio de Janeiro, desplazándose constantemente para estar con su familia si sus propios vicios y aventuras le dejaban tiempo suficiente. Con otra ex-novia de su pueblo tuvo otros dos críos, además de con una sueca con la que intimó en una gira con su equipo un año después del Mundial disputado en el país nórdico. Para completar la faena, en la siguiente década se casaría con Elza Soares, el amor de su vida, con la que tuvo a ‘Garrinchinha’ (tristemente fallecido en edad infantil). Al finalizar su turbulenta relación con la cantante, contrajo terceras nupcias para tener otra hija más, su décima fémina para un total de trece vástagos reconocidos.

Elza Soares y Mané Garrincha.

GARRINCHA, EL ÁNGEL DE LAS PIERNAS TORCIDAS

Calienta Botafogo en los vestuarios. Quizá el partido es crucial, quizá no, pero las gradas de Maracaná están repletas. Da igual si el rival es el Flamengo del romperedes Dida o el imponente Santos de Pelé como si es el viejo América de Río o el modesto Volta Redonda. La gente quiere verle a él. Didí y Amarildo pelotean con el guardameta Manga, Nilton Santos observa pensativo desde la banqueta, y Mané juguetea con el balón, a veces solo, a veces bailando a un pobre compañero que se consuela sabiendo que las burlonas afrentas del genio quedarán en la intimidad del vestuario y no a la vista de las miles de personas que abarrotan el estadio ahí fuera. El olor a multitudes corteja Garrincha cada vez que anuncia su presencia sobre el césped. Fuera no hay billetes, y da igual que el calor sea exasperante, que llueva o que haya que trabajar. El torcedor, fiel a su cita con el irrepetible fenómeno, acude a disfrutar las diabluras del ‘atleta’ botafoguense. 

Empero, su llegada al club de la Estrella Solitaria guarda mucho de leyenda y casualidad. Que pudiera jugar se debe más a un milagro de la naturaleza que a otra cosa. Fue operado de las rodillas de pequeño, aunque le arreglaron poco, desaconsejando los médicos la práctica deportiva del joven Mané, algo que como era normal en él acabó desobedeciendo sin miramientos. Así, un poco de mala gana y otro tanto para batirse con los mejores, aceptó probar con varios de los clubes más importantes de la zona. Primero con Vasco da Gama, ya que era el que se situaba más cerca de la estación ferroviaria, aunque no tuvo demasiada suerte ya que fue rechazado por no traerse las botas. Por otro lado, abandonó la prueba con Fluminense antes de tiempo para poder alcanzar el último tren que le devolviera a casa. Tampoco lo intentó en muchas más ocasiones con alguna que otra institución más modesta de la zona, por lo que pasaron los años hasta que a sus diecinueve obtuvo una nueva oportunidad para demostrar su valía en Botafogo, donde jugase la década anterior el gran icono Heleno de Freitas, un ídolo en cuyo destino trágico se vería reflejado más tarde Garrincha. Esta vez la suerte estuvo de su parte, ya que Arati, ex lateral del equipo alvinegro, le vio jugando un día en su pueblo y anotando cuatro goles, por lo que le consiguió una nueva oportunidad. Estamos en 1953 en el entrenamiento de Botafogo. La banda izquierda es propiedad de Nilton Santos, mejor lateral del mundo por su costado, a la postre leyenda reconocido como “La Enciclopedia del Fútbol” por su sapiencia y categoría. Un tipo fuerte, técnico, casi impasable. Todas esas credenciales no le valieron para nada ante el desparpajo del chico con las piernas dobladas, un extremo vacilante que lo humilla repetidamente a ojos de unos compañeros y técnico atónitos ante los regates y caños que logra el joven Garrincha. Tal fue la impresión que el propio Nilton Santos acabó solicitando expresamente su fichaje, mientras Mané le pedía perdón por lo que acababa de hacerle al internacional brasileño.

Su fichaje por el club de Rio le permitió no solo poder vivir de su divertido pasatiempo, sino integrarse en un gran plantel en el que podría cuajar a la perfección. Debutó con la selección nacional en Chile en 1955, apenas un par de años más tarde de alcanzar una profesionalidad por la que le pagaban 1000 escasos cruzeiros. Su idilio con la 'verdeamarelha' fue inmediato, cautivando a todos por su simpatía y sus imparables avances repletos de arte y descaro por el costado derecho del ataque. Pero pese a la evidente superioridad sobre sus rivales, le costó ganarse el puesto. En la Copa América de 1957 apenas jugó un par de partidos, no disputando ni un solo minuto en los decisivos encuentros ante Uruguay y Argentina, que les apartaron de un título que fue a parar a las vitrinas albicelestes. Un año más tarde, en plena concentración de cara a la Copa del Mundo que se disputaría en Suecia, los 33 jugadores aún en liza se vieron obligados a someterse a una serie de test psicológicos para determinar su valía como representantes del combinado nacional, así como su capacidad para jugar en equipo. João Carvalhaes fue el encargado de una evaluación que iba más allá de la personalidad. A Pelé, por ejemplo, lo calificó de “infantil”, si bien el futbolista del Santos contaba aún con 17 años. En cuanto a Garrincha sus calificaciones fueron penosas, obteniendo 38 puntos en los test frente a los 123 mínimos para superarlo, desaconsejando tanto su presencia en la expedición final como la del atleta santista. Afortunadamente para los dos astros (y para Brasil) el seleccionador Vicente Feola no siguió las recomendaciones del especialista.

Ya en un amistoso previo disputado ante la Fiorentina se permitió la salvaje temeridad futbolística de mofarse de los zagueros italianos. En pleno vendaval brasileño, dejó atrás a tres rivales antes de encarar al portero, al que también superó. No contento con batirle, esperó a que llegase otro defensor, al que dejó atrás con un brusco pero efectivo movimiento con su cuerpo. Mientras el contrario se agarraba al poste para no caerse tras pasarse en la frenada, Garrincha entró andando a la portería con la pelota, luego la agarró y la puso bajo el brazo hasta llegar al círculo central para depositarla. El respetable se quedó boquiabierto, en silencio ante la habilidosa exhibición del imponente extremo. La escuadra italiana, que apenas un año antes había rozado la Copa de Europa de clubes, fue goleada sin contemplaciones por 4-0 ante la futura campeona mundial.

La siguiente estación, claro está, fue Suecia. Tras superar con sencillez a Austria llegó un insulso empate a cero ante Inglaterra que despertó las alarmas. Brasil había jugado tan mal que según narra la leyenda se desató una pequeña revolución en su seno encabezada por Didí y Nilton Santos, que poco menos exigieron a Feola la titularidad de su compañero Garrincha y del imberbe genio que ya era Pelé. Con los años tanto Zito como el propio Pelé lo desmentirían, pero lo cierto es que las modificaciones surtieron un efecto tan inmediato que en el siguiente encuentro ante la URSS los brasileños arrasaron en los tres minutos iniciales de partido de tal forma que estrellaron un balón en el poste (Garrincha), otro en el larguero (Pelé, a pase de Garrincha) y Vavá abrió el marcador tras una maniobra tan brillante que jamás había sido presenciada en un partido de tal magnitud. Esos 180 segundos son considerados aún a día de hoy los mejores de la historia del fútbol por muchos brasileños. El resto es bien conocido, con Brasil alcanzando por fin su primer título mundialista tras golear en semifinales a la Francia de Kopa y Fontaine y en la final a los anfitriones suecos, siempre con exhibiciones colectivas en las que el puñal de Garrincha destrozaba defensas por la derecha y Pelé, Vavá, Didí y Zagallo goleaban por doquier en una sublimación del fútbol ofensivo como pocas veces se ha presenciado sobre un terreno de juego.

Goles, diversión y también trofeos de vez en cuando iban llegando con Botafogo, club que se aprovechaba de él al 100%, hasta tal punto que le hacían firmar contratos en blanco para acabar pagándole mucho menos que a sus compañeros de plantel. Ni sus evidentes desventajas mentales ni físicas enternecieron un ápice el corazón de los directivos de una institución que tiraba de Garrincha como reclamo para cobrar grandiosas cuantías en amistosos concertados, jugando incluso cuando estaba lesionado, sin miramiento alguno por su salud. Aunque para ser del todo certeros, cabe convenir que tras el hito de Suecia el jugador pasó unos exámenes físicos que aconsejaban una intervención quirúrgica para salvaguardar su físico, algo que el propio Garrincha y el club despreciaron por conveniencia de sus intereses más inmediatos.

1962 fue quizá su mejor año como profesional. Con él ejerciendo de líder absoluto junto a Didí, alzaron el Torneo Carioca así como la Copa Rio-São Paulo para Botafogo, que con los goles de Quarentinha y Zagallo más las incorporaciones de Jairzinho y al año siguiente de Gérson se hacía aún más fuerte. Más alegría aún obtenía con la selección, donde sus adversarios habituales lo recibían con los brazos abiertos al tener como aliado al mayor dolor de cabeza que sufrían cada vez que lo enfrentaban. En verano tocaba defender la corona mundial en Chile. La base del equipo cimentada en la vieja guardia de los Didí, Nílton Santos, Bellini, Vavá o Zito se mantenía, nutriéndose con nuevas estrellas como los santistas Pepe y Coutinho, inseparables escuderos de Pelé. Precisamente el arrollador delantero, ya elevado a figura mundial apenas sobrepasadas las dos décadas de vida, sufrió un contratiempo en el segundo partido del campeonato ante Checoslovaquia, que impidió su presencia en el resto de contiendas. Al igual que le sucediera a Alfredo Di Stéfano, que no llegó a debutar, ambos genios del balón tendrían que ver como sus equipos (que curiosamente compartían grupo) se batían sin ellos sobre el césped. España lo pagó caro pese a la ingente cantidad de talento que resplandecía en su combinado. Pero si en el combinado ibérico nadie acertó a dirigir con maestría los destinos de sus hombres, en Brasil Garrincha se echó el equipo a las espaldas para superar la ronda de grupos junto a los sorprendentes checoslovacos del maravilloso Josef Masopust, a la postre subcampeones.

Festejando con sus compañeros un gol en el Mundial 1962.

Garrincha exhibió lo mejor de sus cualidades en el cénit de su carrera como deportista. Fue un poco menos altivo de lo habitual por las circunstancias, si bien a veces se permitía licencias que desquiciaban tanto a sus rivales que en ocasiones más de medio equipo se lanzaba a su caza. No, no es un mito ya que hay imágenes que atestiguan tal salvajada, tal sobradez y arrogancia con la pelota en los pies, como en la cita contra México aún en la primera fase. Con Amarildo supliendo más que correctamente a Pelé, si es que humanamente era eso posible, Garrincha capitaneó a los suyos hasta un nuevo título, erigiéndose como mejor jugador del torneo, quizá del mundo, y máximo goleador junto a su compatriota Vavá, el chileno Leonel Sánchez, el yugoslavo Dražan Jerković, el magnífico húngaro Flórián Albert y el soviético Valentin Ivanov. No obstante, la historia pudo ser bien distinta. En semifinales Brasil se enfrentó a la local Chile, a la que batió en un espectacular encuentro por 4-2 con dos tantos del propio Garrincha. Pero Mané, harto de recibir patadas y con las piernas ensangrentadas ante la pronunciada violencia de la zaga chilena, perdió los papeles hacia el final del encuentro ganándose la expulsión por un ridículo lance en el que golpeó el estómago del chileno Eladio Rojas, si bien hay quien mantiene que fue una broma malinterpretada por el linier de su banda. 

El pánico cundió en la delegación brasileña, que movió cielo y tierra en la FIFA para que su gran emblema pudiera disputar el choque decisivo, como acabó sucediendo tras un telegrama del primer ministro Tancredo Neves. Curiosamente, el juez de línea que sugirió su expulsión abandonó el país a la mañana siguiente de las semifinales, e incluso el presidente de Perú intervino para solicitar a su compatriota que había arbitrado el envite que no culpase en el acta al jugador brasileño, que estuvo presente (¡y de qué manera!) en la final pese a acusar 39º de fiebre antes de la misma. Pero tras la gloria, llegó la decadencia deportiva, algo que se notó cada vez más en su degradación personal. Aunque durante algún tiempo se mantuvo a buen nivel para lo que había llegado a ser, su carrera comenzó a perder fuelle de forma notoria. La operación a la que se sometió en 1963 para intentar mejorar la salud de sus rodillas, más algunos encontronazos con la directiva de Botafogo, no le favorecieron en demasía. El jugador, que había sido tentado en multitud de ocasiones por grandes clubes europeos como Real Madrid, Juventus y AC Milan, estuvo a punto de firmar por el Inter de Milán de Helenio Herrera tras el acuerdo entre ambas entidades por 400.000 dólares americanos, si bien los problemas físicos del extremo acabaron por dinamitar la operación. 

Finalmente, en 1966 abandonó Botafogo tras trece años inmerso en la disciplina de la 'Estrella Solitaria' para enrolarse en Corinthians. Cambio de equipo, de estado y de técnico, pues se reencontraría con Vicente Feola para rememorar viejos tiempos con la esperanza de recuperar la forma y la magia que siempre le caracterizaron, haciendo sacrificios tales como entrenarse incluso durante el Carnaval de Río de aquel año, un esfuerzo enorme teniendo en cuenta el tipo jovial que era Garrincha. Pese a ello, Mané apenas disputó un puñado de partidos con su nueva zamarra, aunque ello le ayudó a recibir la convocatoria para acudir a Inglaterra al Mundial de 1966. Esta vez, en tierras británicas las cosas no irían tan bien para los suyos ni para el propio jugador, que recibió severas críticas en la prensa de la época ante su pésimo estado físico. Obviamente Brasil no ganó aquella Copa, aunque el recorrido de la 'verdeamarelha' no había comenzado mal, ya que tanto nuestro protagonista como Pelé cimentarían con sus tantos la victoria sobre Bulgaria en el primer partido. Ya ahí comenzaron los problemas. O'Rei no pudo ser alineado en el segundo choque ante Hungría, perdiendo Brasil su primer encuentro en un Mundial desde 1954... también ante los magyares. Además, fue el fin de un hito: Garrincha jamás había perdido un duelo con la selección. Para colmo, el siguiente partido lo vivió desde el banquillo, viendo como la durísima defensa de Portugal apaleaba a Pelé con la connivencia del trencilla inglés George McCabe, mientras la pantera Eusébio los destrozaba en la otra portería, certificando su eliminación. El campeón claudicó, y con él se apagó definitivamente la estrella de Mané Garrincha.

Acabada la temporada Corinthians decidió prescindir de los servicios de un jugador cada vez más problemático cuyo rendimiento decrecía paulatinamente e incluso fue cedido por un breve periodo al Vasco da Gama. Comenzaba una andadura marcada por los tumbos en todos los aspectos que lo llevó a la Portuguesa, Fortaleza, Alecrim, al Atlético Júnior colombiano y de vuelta a casa primero al poderoso Flamengo, el Novo Hamburgo, una breve e infructuosa escapada al Red Star parisino y finalmente al humilde Olaria, donde colgaría las botas tras arrastrarse abatido en sus últimos juegos por los terrenos de Rio de Janeiro.

A su retiro asistieron en el templo de Maracaná unas 131.000 personas para disfrutar por última vez con el ídolo. Fue en 1973, con un combinado nacional en el que también estaba Pelé y que se impuso por 2-1 a una selección internacional. El tributo le valió además una cifra en torno a los 100.000 dólares a un Garrincha necesitado de un dinero con el que nunca supo muy bien qué hacer.

PELÉ, SU ANTAGONISTA COMPAÑERO

Para un brasileño es realmente complicado discernir cual es el mejor jugador de la historia. Si responde con la cabeza posiblemente dirá Pelé, pero si lo hace con el corazón no dudará en anteponer a Garrincha. De carácteres diametralmente opuestos, el santista era el prototipo de jugador plenamente implicado con su profesión, atleta centrado en los entrenamientos y la mejora continua, sin descuidar jamás los negocios. Un hombre moderno en un Brasil que aún vivía muy lejos del futuro. Su antítesis era el extremo de Botafogo, alguien con quien el pueblo se identificaba fácilmente al ver en él a ese prototipo de persona excesivamente descuidada, más preocupada por la samba, el alcohol, el amor y la diversión que por cultivar su propio potencial.

Mientras Pelé se movía en círculos de élite, firmaba acuerdos millonarios con sponsors y destacaba como pionero en la comercialización de su propia imagen, Garrincha se situaba en el extremo opuesto. De hecho, al contrario que su alter-ego, no se llevaba bien con los entrenadores, de los cuales decía que pretendían limitar su forma de expresarse sobre el terreno de juego. “Quizá por eso tenga tan poco respeto por ellos. Aún bajo la amenaza de perder mi puesto en el equipo nunca cambié mi forma de jugar. Tenía la sensación de que yo hacía lo correcto, eran los entrenadores los que estaban equivocados.” Lo cierto es que para deleite de todo aquel que tuvo oportunidad de disfrutarlo, continuamente regateaba en exceso, si bien su ratio de éxito era tan alto así como su aportación a sus equipos tan fundamental que siempre acababa saliéndose con la suya. 

Mientras el que acabaría convirtiéndose en O’Rei abandonó su casa a los quince años para perseguir su sueño con todas sus fuerzas, para alcanzar las cotas que no pudo lograr su padre (una prematura lesión lastró su carrera bastante joven), llevando una vida ascética plenamente centrada en el deporte, Garrincha sucumbía a los vicios mundanos con una facilidad pasmosa. Pero no era un defecto, pues así es como le gustaba ser. Rechazaba la fama, incluso cuando tras el Mundial de Chile se le coronaba como mejor jugador del mundo y se hablaba más de él que del propio Pelé. No es algo que quisiera ni le gustara. El recelo que levantó en el delantero era notorio, si bien su relación fue correcta pero nunca amistosa, como siempre afirmaron sin pudor ambos astros.

Pelé siempre quiso más. Invirtió concienzudamente sus sueldos para multiplicar sus ganancias. Jugó y goleó por doquier, convirtiéndose en todo un acontecimiento nacional (y comercial) su gol número 1000. Tras ganar tres Copas del Mundo con su selección y todo lo posible con el Santos, se marchó a Estados Unidos a la naciente NASL para enrolarse en el faraónico proyecto del Cosmos de New York, en cuyas filas coincidiría con estrellas del calado Beckenbauer y Chinaglia entre otros. Su figura alcanzó tal importancia, y su inteligencia y saber moverse por los cículos poderosos tal magnificencia, que acabó convirtiéndose en parte del establishment. Garrincha era todo lo contrario a ello, el antideportista, el vividor, despilfarrador y juerguista, tanto que llegó a decir “yo no vivo la vida, la vida me vive a mí”. Honestidad brutal. Su malvivir le acercó a su pueblo, pobre y apasionado como él. Pero el modo en que manejaron sus vidas les distanció para siempre, pese a intentos como el de la revista Placar de reconciliarlos con un famoso reportaje que los juntó el mismo año del Mundial de España -1982-, meses antes del fallecimiento de Mané. En aquella ocasión Garrincha llegó incluso a decirle a Pelé que ya que le iba tan bien podría prestarle unas monedas. Todo ello poco después de llamarle “desvergonzado” y “estrella” en una entrevista que permaneció inédita durante décadas pero vio recientemente la luz.


MANÉ GARRINCHA, MITO DE CARNE Y HUESO

Muchísimas fueron las anécdotas que trazaron la vida del héroe, cada cual más hilarante que la anterior, a veces deliciosas y a veces, porqué no decirlo, envueltas con un ligero halo de tristeza. Tal era su superioridad, burlona e insultante respecto a todo aquel que se le pusiera por delante, que llamaba João a todos los defensas rivales. Pero si uno en concreto no se olvidó jamás de su figura fue el argentino Federico Vairo, por entonces uno de los mejores del mundo en su posición. Para entender la relevancia histórica de Vairo, baste decir que fue el precursor entre otros del 'Burrito' Ortega, Ramón Díaz, Passarella, Hernán Crespo, el 'Muñeco' Gallardo, el 'Pato' Fillol e incluso un tal Lionel Messi al que llevó a probarse a River Plate a los trece años, muy poco tiempo antes de que diera el salto a Europa. Pero la fecha que nos atañe es el 20 de Febrero de 1958 en Ciudad de México, donde un River con diez internacionales argentinos y un gran Botafogo empataron a uno.

Esa tarde Garrincha dio una de sus ya clásicas demostraciones. El circo comenzaba desde el primer instante en que la pelota llegaba a sus pies, cuando el individualista pero certero Mané se ganaba las loas del respetable con sus argucias, con sus trucos, con los mareos que producía a quien se atreviera ponerse frente a él. En aquella ocasión la osadía correspondió al ya mencionado Federico Vairo, al que meneó de tal forma que el público comenzó a vitorearle con olés, como si estuviera toreando a un astado como los Ordoñéz y Dominguín de la época. Según dicen, fue ahí donde comenzó a aplicarse al balompié la famosa interjección que hizo popular el toreo. El dorsal número siete de Botafogo se recreó tanto que en una ocasión en la que avanzaba con el cuero decidió dejarlo atrás y seguir corriendo. Tan mareado estaba Vairo a esas alturas que corrió persiguiendo al brasileño pensando que éste llevaba la bola consigo. Más tarde llegaría la sustitución del argentino, el cual encantado por no tener que enfrentarse más a un monstruo de tal magnitud masculló al llegar a su banquillo que “no hay nada que se pueda hacer, es imposible”, según escuchó João Saldanha, técnico botafoguense por aquel entonces.

Cuando no jugaba con su equipo rara vez no estaba haciéndolo en las playas de Copacabana, en las calles de alguna favela o entregado a sus vicios más mundanos. Ser jugador profesional jamás evitó que dejase de fumar y beber, sobre todo esto último. Tampoco huyó de las tentaciones carnales, todo lo contrario. Como vimos anteriormente, el genial extremo brasileño era también un jugador de clase mundial entre las damas. Las mujeres adoraban su forma de ser. Su fama ayudaba, pero ya desde joven los 25 centímetros de pene que ostentaba (según su biógrafo) se correspondieron con el animal sexual que siempre fue. Eso sí, sus aventuras y amores tampoco le trajeron siempre la alegría que esperaba. Pese a que con Nair tuvo ocho vástagos, el verdadero amor de su vida fue Elza Soares, importante cantante de la época cuya infancia también había sido muy complicada. Eran los inicios de los 60, y pese al gran momento deportivo por el que pasaba el jugador, muchos se pusieron en su contra al dejar a su esposa al cargo de ocho críos para marcharse con mujer. Además Garrincha solicitó un aumento a Botafogo, club que le pagaba poco y mal por sus servicios. Eso sí, se convirtieron automáticamente en los novios de Brasil. 

Pese a no haber alcanzado aún la treintena, parte de sus problemas comenzaron en esa época en la que el declive fue haciéndose más notorio a la par que sus problemas privados, que acabaron afectando a su vida profesional. De hecho, si algo se le daba mal a Mané no solo era la gestión de su dinero (tenía montones de billetes podridos tirados por cualquier parte de su casa, en el armario y bajo la cama), sino la conducción. En una ocasión realizando un trayecto entre Rio y Pau Grande tuvieron un accidente que dejó a Elza sin dientes. Años más tarde con el propio Garrincha al volante, un nuevo suceso de mayor gravedad amargó su vida, ya que su acompañante era su suegra, que falleció en el acto, lo que provocó la depresión del jugador hasta el punto que intentó suicidarse.

Elza Soares hizo de todo por enderezar la vida de su hombre. Dispuesta a alejarlo de sus malas costumbres se lo llevó durante un tiempo a Roma, donde ella encontró trabajo como cantante mientras a él se le ofreció un puesto como representante en el país transalpino de una marca de café brasileño. Pero tan mal lo hizo Garrincha que en un acto le preguntaron si era bueno el café a lo que él respondió que no lo sabía “pero la cachaça brasileña es magnífica”. Juntos tuvieron a ‘Garrinchinha’, que murió a los nueve años en el mismo tramo de carretera que su abuela. Con tanto giro negativo del destino, aquella relación acabó rompiéndose, como la carrera de un tipo que nunca supo gestionar su éxito, quizá por ser inconsciente del mismo.

Nunca persiguió la fama de los deportistas de élite ni los personajes de la farándula. Lo suyo fue más bien el talento sobrenatural combinado con unas pésimas condiciones humanas para sobrellevarlos. Quizá de haber recibido la educación necesaria en su más tierna infancia aún hablaríamos de él en vida. O puede que de haber podido acceder a las operaciones que necesitaba desde que llegó a éste mundo nunca hubiéramos sabido de él. Lo triste es que posiblemente el futbolista que más feliz hizo a todo el que lo disfrutó (y me atrevería a decir que incluso al que lo sufrió), falleciera a los 49 años víctima de un alcohol que lo había deteriorado hasta la cirrosis, empobreciendo su billetera y su alma para acabar dejándolo solo en su humilde morada de Rio de Janeiro. Y pese a todo ello, la grandeza de su figura y sus innegables aportaciones al juego de la pelota lo convierten en todo un símbolo inolvidable, aún recordado con anhelo por todos los que amamos éste deporte y conservamos la esperanza de poder disfrutar algún día de nuevo con una figura de tales dimensiones.

Pero más alegres son otras historias verídicas que ilustran tanto el humor como las pocas luces del gran Mané Garrincha. Por ejemplo, cuando durante la concentración del Mundial de 1958 compró una costosa radio. Le preguntaron para qué la quería si solo hablaban en sueco. Al encenderla y comprobarlo montó en cólera para acabar vendiéndosela por un precio bastante inferior al masajista Mario Américo. Días más tarde, a la conclusión de la final y ante el alboroto que se armó, Mané preguntó cuándo sería el próximo partido, ya que no era consciente de haberse proclamado campeón del mundo. En la siguiente edición del campeonato mundial preguntó antes del partido decisivo si esa era la final, para afirmar luego entre risas que “por eso hay tanta gente”. Cuando derrotaron a Checoslovaquia un periodista se acercó para pedirle unas palabras de despedida al micrófono, a lo que respondió con sencillez “adiós, micrófono”.

El charrúa Walter Roque (Rampla Juniors) le conoció en una gira en la que sus respectivos equipos coincidieron en Europa. De Garrincha tan solo decía maravillas como persona, si bien también destacaba su rebeldía a la hora de cumplir las normas: "Estuvo más con nosotros porque nos reíamos con él, los brasileños eran más severos, no echaban tanta broma con él", agregando que "andaba siempre en sandalias, cuando estaba prohibido hacerlo en el hotel. Él andaba con el torso al aire, no le importaba nada. Nos acordábamos de él y nos reíamos con sus cosas".

Grandes personalidades de la cultura sudamericana se refirieron a él con tanto respeto como admiración. El maravilloso autor uruguayo Eduardo Galeano definió así al jugador: “Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo, la pelota un bicho amaestrado, el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha no se dejaba sacar la pelota, niño defendiendo su mascota, y la pelota y él cometían diabluras que mataban de risa a la gente; él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella lo corría.” Y de la persona dijo: "Loco por el aguardiente y por todo lo ardiente, el que huía de las concentraciones, escapándose por la ventana, porque desde los lejanos andurriales lo llamaba alguna pelota que pedía ser jugada, alguna música que exigía ser bailada, alguna mujer que quería ser besada".

Carlos Drummond de Andrade, uno de los mayores poetas de la historia de Brasil, lo lloró: "Fue un pobre y pequeño mortal que ayudó a un país entero a suspender las tristezas. Lo peor es que las tristezas vuelven y no hay otro Garrincha disponible. Se necesita un Garrincha nuevo que nos alimente el sueño”.  Por su parte, Nelson Rodrigues dijo de él que enseñó al público a reír, que era el Charles Chaplin del fútbol y que si Brasil tuviera 75 millones de Garrinchas el país sería mejor que las potentes Rusia o Estados Unidos.

Su fallecimiento el 20 de Enero de 1983 no pilló a nadie por sorpresa, pero la tristeza que abrumó al país no se vivía desde la derrota ante Uruguay a mediados de siglo, y si bien aquel fue un varapalo deportivo, en esta ocasión la pérdida fue aún mayor no solo por la persona que se iba, sino por todo lo que representaba y la identificación que sentían los brasileños hacia el personaje. Pese a los tumultos formados alrededor de su féretro en Maracaná, éste fue trasladado a Pau Grande, como Nílton Santos reconoció que le hubiera gustado al propio Garrincha. Ya allí fue enterrado en un sencillo pero mal conservado cementerio que congregó a todo el pueblo, dónde una placa reza lo siguiente:

Garrincha

Alegría de Pau Grande

Alegría de Brasil

Alegría del Mundo

De todos los grandes monarcas del fútbol fue seguramente el que lo vivió de una forma más amateur, dando mayor sentido a la diversión y el espectáculo que a los resultados o los registros tácticos del entrenador de turno. Por su afán de regatear uno tras uno a sus rivales, e incluso volver sobre sus pasos para gambetearlos de nuevo, se le conoció como 'La alegría del pueblo'. Las gradas resonaban con gracia, vítores y fascinación ante ese chico de rodillas quebradas que hacía cosas nunca vistas antes. No iban a ver a Botafogo ni a la selección brasileña, iban a la cancha por la atracción que suponía Mané Garrincha, el ángel de las piernas torcias, la gran alegría del fútbol.

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