Esto es cosa del diablo

Cuando tenía más confianza en la existencia de Dios, muchas veces me convencía de su existencia con un argumento en negativo: dada la maldad en el mundo, tenía claro que existía el Diablo y, como contrafigura y como equilibrio, suponía que también debería hacer un dios bondadoso. Luego fui perdiendo la fe. Entre otras cosas, se me hacía raro que, con la de locos fanáticos que existen por toda la Tierra, con la de enajenados que venderían a su madre por una victoria en el próximo derby, no hubiera ni uno solo que vendiera su alma al diablo para que su equipo ganara siempre por goleada y consiguiera todos los títulos.

Ahora, sin embargo, comienzo a no estar tan seguro. Veo a ese Barça que lleva sin perder en liga desde la primera jornada, que golea machaconamente a cuanto rival se le pone por delante, que tiene a un jugador pequeñito que se escurre de cualquier defensa y me pregunto seriamente si alguien, poco preocupado por su futuro, no se ha condenado eternamente llevándose la alegría de ver a su equipo haciendo una temporada perfecta.

Hay una buena noticia para los envidiosos, incluso si el Barça se empeñara en seguir ganando así: la gloria aburre. Una goleada aislada en medio de varias jornadas es algo parecido al orgasmo: una explosión de felicidad que te recuerda que estás vivo. Una goleada tras otra, con el aroma de lo burocrático y del despachamiento funcionarial, termina siendo previsible, aburrido, de la alegría se pasa a la obligación. Por el bien del barcelonismo, espero que la imagen de un Camp Nou semivacío en el último partido, cuando todavía quedaba bastantes minutos, no sea un síntoma de ese empacho de bienestar. A los envidiosos, por lo menos, nos queda esa esperanza de indigestión. Eso y saber que el diablo suele ser bastante traicionero.