Y se sigue el camino
Los caminos elegidos no son capricho del azar, y andar por senderos repletos de filosas piedras jamás podrá conducir al destino esperado. Mucho menos cuando estos peligrosos obstáculos son la propia cosecha de lo que se ha sembrado con tanto ahínco. Así se cierra en Argentina la que posiblemente fue —hoy ya en tiempo pretérito— una de las gestiones más convulsionadas, incoherentes y contraproducentes que se hayan visto. Maradona dijo adiós, envuelto en una polémica fiel a su estilo, y dejando a la gran masa popular partida en dos: los que lo elevan a la altura de un dios y los que desnudan sus particulares errores.
¿Habrá tiempo para pensar sobre lo que pasó en Sudáfrica y analizar los pasos a tomar? La pregunta no encuentra respuesta, y posiblemente nunca lo haga. En estas tierras de carne y vino parece no existir el espíritu crítico, o más bien se convierte en una rareza que sucumbe ante el egocentrismo y la demagogia. Quizás nunca nadie se atreverá a explorar en búsqueda de conclusiones revolviendo estos rendimientos, que oscilaron entre la irregularidad y la vergüenza. Y de esta manera se volverá a contemplar el silencio del público, boquiabierto y horrorizado ante una nueva y estrepitosa caída.
Hablar de fútbol y Maradona a la vez puede llevar a serias contradicciones, tan grandes como su obra de la línea de cal hacia adentro. Nadie jamás se atrevería a pensar que para ser un gran jockey es necesario haber sido un eximio caballo. Pero lamentablemente este concepto se torna un tanto difuso en el mundillo del fútbol, donde los abundantes ejemplos de notables jugadores reconvertidos en mediocres entrenadores no bastan para truncar las expectativas populares, generalmente erróneas en forma directamente proporcional a la masa que las compone.
Aún advertido sobre la magnitud del evento que se aproximaba, Maradona obró del mismo modo que lo venía haciendo desde que tomó el timón de la celeste y blanca. Esta manera de actuar incluía el mismo cóctel de siempre: tajante apoyo a los presuntos códigos de la profesión, desprecio por el estudio del juego y la previsión, conferencias destinadas al lucimiento personal y equipos armados con la misma certeza que el giro de una ruleta. Por ello nadie debería extrañarse del resultado obtenido. Los principios de la física son extremadamente precisos, y está claro que mezclar los mismos ingredientes en el mismo orden lleva inevitablemente al mismo resultado.
Ya no debiera percibirse este mundial como un hecho aislado, sino como una continuidad de lo que venía sucediendo. La paliza ante Alemania no fue más que una reproducción de los duros golpes sufridos ante Brasil, Paraguay y Bolivia, así como las victorias en primera ronda no valen demasiado más, desde el punto de vista esencial, que los triunfos ante Venezuela, Colombia y Perú, seleccionados con menor jerarquía y distintas aspiraciones.
El primer —nadie se atreve a pensar que se haya ido para siempre— paso de Maradona al frente de la selección dejó más hechos para analizar y debatir que el de sus cuatro antecesores juntos. Mañana será tiempo para buscar un entrenador con capacidad y visión de lo que se necesita para retornar a los planos principales, aquel lugar al que claramente Argentina dejó de pertenecer hace mucho tiempo. Sería necio jactarse de tener un equipo de primera línea cuando ya van casi dos décadas de resultados adversos.
Los hechos no surgen de la nada, y por lo pronto hay un enorme grupo de jugadores que debería cuestionarse los mismos principios, para definir si el futuro cercano los encontrará vistiendo una camiseta que ruega por un poco de sacrificio o sumando más publicidades a su currículum estelar.
Mientras tanto queda en los paladares un sabor exótico, producto de la sensación de saber que la rueda ha vuelto a girar, pero que las reglas del juego siguen siendo las mismas. Eso todos lo saben. Pero nadie se atreverá a cambiar. Y así será el camino.
¿Habrá tiempo para pensar sobre lo que pasó en Sudáfrica y analizar los pasos a tomar? La pregunta no encuentra respuesta, y posiblemente nunca lo haga. En estas tierras de carne y vino parece no existir el espíritu crítico, o más bien se convierte en una rareza que sucumbe ante el egocentrismo y la demagogia. Quizás nunca nadie se atreverá a explorar en búsqueda de conclusiones revolviendo estos rendimientos, que oscilaron entre la irregularidad y la vergüenza. Y de esta manera se volverá a contemplar el silencio del público, boquiabierto y horrorizado ante una nueva y estrepitosa caída.
Hablar de fútbol y Maradona a la vez puede llevar a serias contradicciones, tan grandes como su obra de la línea de cal hacia adentro. Nadie jamás se atrevería a pensar que para ser un gran jockey es necesario haber sido un eximio caballo. Pero lamentablemente este concepto se torna un tanto difuso en el mundillo del fútbol, donde los abundantes ejemplos de notables jugadores reconvertidos en mediocres entrenadores no bastan para truncar las expectativas populares, generalmente erróneas en forma directamente proporcional a la masa que las compone.
Aún advertido sobre la magnitud del evento que se aproximaba, Maradona obró del mismo modo que lo venía haciendo desde que tomó el timón de la celeste y blanca. Esta manera de actuar incluía el mismo cóctel de siempre: tajante apoyo a los presuntos códigos de la profesión, desprecio por el estudio del juego y la previsión, conferencias destinadas al lucimiento personal y equipos armados con la misma certeza que el giro de una ruleta. Por ello nadie debería extrañarse del resultado obtenido. Los principios de la física son extremadamente precisos, y está claro que mezclar los mismos ingredientes en el mismo orden lleva inevitablemente al mismo resultado.
Ya no debiera percibirse este mundial como un hecho aislado, sino como una continuidad de lo que venía sucediendo. La paliza ante Alemania no fue más que una reproducción de los duros golpes sufridos ante Brasil, Paraguay y Bolivia, así como las victorias en primera ronda no valen demasiado más, desde el punto de vista esencial, que los triunfos ante Venezuela, Colombia y Perú, seleccionados con menor jerarquía y distintas aspiraciones.
El primer —nadie se atreve a pensar que se haya ido para siempre— paso de Maradona al frente de la selección dejó más hechos para analizar y debatir que el de sus cuatro antecesores juntos. Mañana será tiempo para buscar un entrenador con capacidad y visión de lo que se necesita para retornar a los planos principales, aquel lugar al que claramente Argentina dejó de pertenecer hace mucho tiempo. Sería necio jactarse de tener un equipo de primera línea cuando ya van casi dos décadas de resultados adversos.
Los hechos no surgen de la nada, y por lo pronto hay un enorme grupo de jugadores que debería cuestionarse los mismos principios, para definir si el futuro cercano los encontrará vistiendo una camiseta que ruega por un poco de sacrificio o sumando más publicidades a su currículum estelar.
Mientras tanto queda en los paladares un sabor exótico, producto de la sensación de saber que la rueda ha vuelto a girar, pero que las reglas del juego siguen siendo las mismas. Eso todos lo saben. Pero nadie se atreverá a cambiar. Y así será el camino.
Comentarios
De siempre se eleva a los altares la figura de entrenadores que han sido antes jugadores de éxito, mientras que aquellos como Gregorio Manzano pese a tener grandísimos curriculums han de requetedemostrar su pericia en el cargo para considerarlos entrenadores con todas las letras.
El caso de Maradona no es distinto, aunque se amplifica la repercusión por tratarse de una figura tan histórica dentro del balompié.
No entiendo como muchos querían que siguiera, con un entrenador de verdad Argentina puede volver a pelear por títulos cosa que como recuerda Ariel hace demasiados año que no sucede.