Somos todo, somos nada

Ser humano no es fácil. Somos el único animal al que se concedió el premio (¿o tal vez se tratara de una maldición?) de poder preguntarse sobre lo que le deparará la vida, el futuro mas allá de la próxima comida o el siguiente despertar. Tenemos conciencia de ser diferentes, únicos, especiales, tanto respecto al resto de los habitantes del mundo que nos rodea y cobija, como de los miembros de nuestra especie. No sabemos hacia donde vamos, pero si que meditamos sobre nuestro destino.

Y sin embargo… ¿no es también cierto, por otro lado, que no somos más que una simple estación de paso, un mero soporte, destinado a transmitir en herencia a nuestros descendientes los genes de nuestros ancestros? ¿Que todo eso que nos hace únicos en nuestras mentes, todos esos sentimientos, dolores y desgarros emocionales que pensamos a veces que solo nos afectan a nosotros, son universales, que el amor no es mas que un conjunto de reacciones químicas destinadas a facilitar la procreación, y con ella el mantenimiento de la especie. Que no somos más que una gota de agua en el inmenso océano de la humanidad, que nadie se acordara de nosotros dentro de 100 o 200 años, como no nos acordamos de tantos otros humanos que en la tierra han morado desde nuestra aparición…?

Pero…si reducimos la humanidad a un concepto tan extremadamente colectivo, hasta el punto de que el individuo se nos antoje como carente de importancia, como un simple numero, en ese momento, dejaremos de ser humanos. Pensad en una batalla del pasado. Podemos leer sin inmutarnos, que hace 50 o 100 años 20, 30 o 40.000 hombres perdieron la vida en ella. Si nos quedamos con la cifra a secas, no entenderemos nada. Si pensamos por un momento en que no se trata de granos de café, sino de seres humanos, comprenderemos la dimensión de la tragedia. Son 40 mil seres que nunca volvieron a casa, que dejaron atrás viudas, hijos, madres, amigos, trabajos, hogares, destinos…ahora no conocemos sus nombres, ni sabemos como Vivian, ni que sentían. Pero entonces, muchas familias quedaron envuelta en la tragedia, muchos corazones se rompieron, muchas ilusiones se desvanecieron, y quien sabe cuantas cosas hermosas se perdieron para siempre, junto a la sangre derramada.

Si, incluso nosotros, simples miembros anónimos de una cada vez mas inmensa comunidad humana, cuando dejemos este mundo, mas pronto que tarde, y aunque nuestras gestas, sean en el campo que sean, no nos permitan elevarnos a las alturas que nos llevarían a alcanzar el mas preciado de los premios que la historia destina a los hombres, la inmortalidad a través del recuerdo de las generaciones venideras, incluso nosotros, como decía, seremos añorados por alguien, impregnaremos de tristeza durante un tiempo la vida de algunas personas, seremos mantenidos vivos en el recuerdo de ciertos seres. Y eso, ese hecho tan cierto como al parecer sin importancia, nos eleva de nuevo por encima de la masa. Tal vez no seamos eternos, tal vez no seamos tan diferentes como habíamos creído del resto de nuestros semejantes, pero somos, y nadie, nunca, nos podrá arrebatar eso.

Tal vez no seamos más que un grano de arena dentro del desierto del tiempo, pero también un diamante es simplemente un trozo de carbono, y eso no lo hace menos bello. No somos nada, pero somos todo, podemos hablar de las mismas cosas que nuestros antepasados, de unos sentimientos cien veces repetidos, pero aunque estos sean los mismos, son al tiempo solo nuestros, nadie más puede sentirlo. Todos sufrimos, y muchas veces por las mismas razones, pero cada cual lo hace de un modo distinto, personal. Hay miles de historias de amor, que en esencia son la misma, al tiempo que cada una es única.

Se que formo parte de algo inmenso, y sin embargo, se que soy único en muchos sentidos. Nunca ha habido nadie antes como yo (ni como tu), ni nunca lo habrá. Parecido, si, pero no igual. No somos clones, no somos un objeto de consumo que se produzca en serie. A veces a uno le cuesta entender que la naturaleza se tomara tanto esfuerzo, no deja de ser algo estremecedor, y en cierto sentido ético, algo que nos obliga a no dejarnos arrastrar, a ser responsables de nuestras acciones y decisiones, no somos un simple numero, ni podemos escudarnos en la masa, si hacemos algo mal, el que otros miles o millones de individuos lo hagan no nos excusa, nuestra conciencia, ese pequeño tribunal que casi todos llevamos dentro, nos seguirá condenando.

Si, cuando decía que no era fácil ser humano no os engañaba. Es difícil seguir adelante sabiendo que todo se repite, entendiendo lo infinito de lo que nos rodea y la finitud de nuestra existencia, sabiendo que somos a medias personalidades singulares y los portadores de una semilla heredada a través de los milenios, desde el primer hombre que tomo conciencia de lo que era. Tal vez por eso, para ayudarnos a nos sentirnos desvalidos, a ver el mundo sin temor, tenemos la memoria, acumulamos recuerdos del pasado, nos sentimos sucesores de tantos y tantos pueblos y civilizaciones que nos han precedido. Y en realidad, así es. Si parecemos mas altos, si nos elevamos por encima de lo que nuestro conocimiento y poder nos permitirían, es porque somos enanos subidos a hombros de gigantes. Si, incluso si solo fuéramos un grano de arena, un grano tras otro pueden formar una montaña, y el que se alce sobre la cima, verá bajo el un inmenso panorama.

Y llegamos al fútbol, que en esto, como en tantas otras cosas, no es más que un reflejo de la sociedad que le produjo. Y es que la analogía es sencilla. ¿Que es un club? ¿Un conjunto de jugadores, unos directivos, los aficionados que les jalean? No, todos sabemos la respuesta, es todo eso, y mucho mas. Son los futbolistas que han militado en el equipo a lo largo de la historia, son los resultados, los descensos, los títulos, son el sufrimiento compartido, los abrazos en la victoria., los recuerdos de tantas tardes, los sueños que se tejieron, las esperanzas que no se cumplieron, y aquellas que si, las sorpresas, las positivas y negativas, los adioses y las bienvenidas.

Es al mismo tiempo todo eso, y cada una de esas cosas en singular. Para uno su equipo es una camiseta regalada en un cumpleaños, para otros, una toalla en la memoria. A uno el amor a sus colores le llegó por herencia familiar, en otro caso por un regate imposible, un flechazo del que jamás se recuperó.

Si, en cada uno de los aficionados de un equipo, hay una historia, y cada una de ellas, ayuda a formar esa especie de imaginario colectivo que es lo que verdaderamente le da el alma a un equipo. Lo que la historia y el tiempo otorga, nunca podrá ser comprado, por mucho dinero que se tenga.
Los jugadores pasan, aunque algunos de ellos hagan de su recuerdo (en la mayoría de los casos, mitificados por encima de sus verdaderas cualidades) parte indisoluble del ser del club, los aficionados llegan y se van, por ley natural. Y sin embargo, nadie, nunca, nos podrá arrebatar el sentimiento de que todos y cada uno de los que amamos unos colores, aportamos al equipo un trocito de su existencia. Seguramente minúsculo, prácticamente insignificante…pero igualmente vital.

Tal vez dentro de poco, todo esto se acabe, aplastado por las fuerzas que parecen querer terminar con todo lo que en el fútbol queda de romántico y de deporte. El negocio, el espectáculo (que muchas veces lo es solo de nombre, visto lo que se suele ver cada vez mas en los terrenos), la invasión mediática…corre una mala época para las visiones idealistas de nuestro juego. Y ante todo esto, el aficionado parece no contar, salvo para que haga el gasto, comprando un partido por la televisión, la camiseta nueva de este año, el abono de la temporada.

Si, ahora somos mas clientes que aficionados, y todo pareciera que camina hacia el mismo final, uno en el que los sentimientos mueran, o simplemente, como en muchas relaciones de pareja, terminen desapareciendo.

Quien sabe, puede que eso sea lo mejor, o al menos lo inevitable…

Y puede que no. En cierto sentido, como casi todo en la vida, depende de nosotros. Es fácil decir que no somos nada, que no contamos, que uno solo no puede cambiar las cosas.

Es fácil, como todo lo que conduce al fracaso y a la mediocridad. Solo lo que cuesta, lo que nos lleva a enfrentarnos al destino, merece verdaderamente la pena. Y solo si nos arriesgamos, si escogemos el camino difícil, podremos considerarnos verdaderamente hombres. Esta en nuestra mano, nunca lo olvidéis.

Posdata: Quiero agradecer la existencia de este artículo a mi amiga Kementari, sin cuyas palabras seguramente nunca hubiera tomado cuerpo, al menos con estas caracteristicas. Y si, detestas el fútbol, cosas que pasan...

3 comentarios:

Nico Iriarte dijo...

hola, te quiero decir a ti y a todos los que estan viendo este comentario, que en mi blog: elfutbolquerido.blogspot.com estoy organizando un concurso de blogs futbolisticos, si quieren anotarse dejen un comentario en la entrada que yo los aceptare, y estaran anotados.

kipzy dijo...

la primera B Metropolitana desmiente los ultimos tristes parrafos que has escrito martin, si bien es cierto que se da en el resto del futbol del mundo entero :(

Anónimo dijo...

Excelente. Y sí, a este paso el único fútbol honesto será el de los muchachos canteranos... antes que los clubes o ellos mismos se vendan al mejor postor. Felicitaciones Martín.

PS: Autre fois, ya sabes quien soy... ;)