El corazón de la ciudad
La fina y helada lluvia que no paraba de caer tenia la ventaja de al menos distraer la atención del paisaje.
Era este el lado oscuro de la civilización, una matanza de la estética en hormigón, el escenario ideal para la andanza de los hombres grises de Ende o Serrat.
A pesar de todo, tales descripciones no hacían justicia completa a esta jungla de asfalto.
Y es que las palabras son importantes, pero las sensaciones, aun mas. Y contemplar las oscuras aceras, la suciedad del ambiente, los rostros inexpresivos, como de muertos en vida de los habitantes del suburbio, producían un vacio en el alma, una especie de podredumbre vital, como si un moderno vampiro, emulo de los compañeros de Drácula, la UCI y el ministerio de hacienda, hubiera absorbido la alegría, el color, el amor, todo lo que hace la vida minimamente aceptable. Si, incluso estoy seguro que la cerveza estaría caliente…y las mujeres, frías.
Caminar por una de estas calles es uno de esos retos diarios, de esas ocultas hazañas que jamás saldrán en los papeles, y que convierte en auténticos héroes a anónimos ciudadanos. Hay que tener mucha fuerza de voluntad para no hundirse en la desolación al tener que vivir en un ambiente así, para no intentar poner un remedio definitivo a la situación…
Árboles desteñidos, cuando los hay, alguna camaleónica cabina que termino adoptando la atonalidad del entorno, farolas cuya luz, mas que vencer a las tinieblas, parecen rehenes de ellas. Como las casas, todas iguales, todas horribles, más que moradas, prisiones, que mantienen encadenados a sus habitantes a este infierno moral.
Dan ganas de gritar de rabia, de aplastar bajo las cadenas de un buldózer tanta miseria, tanto esfuerzo malgastado, tanta corrupción espiritual…
Y entonces, cuando estas lleno de tan saludables pensamientos, cuando sin dudarlo apretarías ese botón grande y rojo de las películas, oyes un grito, después, mil, diez mil. Una ola de emoción sacude la atmósfera, por un momento parece que el invierno de la amargura podrá dar paso a una primavera de felicidad. Y sigues caminando, esta vez con el más importante de los alicientes en tu interior, la esperanza. Y al torcer una esquina, igual a las cien esquinas anteriores, todo cambia. Y vuelves a oír otro rugido, que como una riada mediterránea se extiende y se expande, ahogando todo lo negativo (Van Gaal Dixit).
Y lo que al parecer no era más que un alarido sin significado, crece y se hace palabra, y se escucha, repetido por miles de gargantas, al tiempo expresión de libertad, de comunión humana, de bálsamo contra el desaliento. Y por un momento, todo lo que merece la pena, puede resumirse con tres mágicas letras:
GOL.
Posdata: Agradezco la inspiración a Sergio Cortina, que en uno de sus últimos artículos nos dejo un video sobre el Rangers, una de cuyas imágenes, se me ha quedado clavada, la que pongo aquí debajo, ella es este relato.
Era este el lado oscuro de la civilización, una matanza de la estética en hormigón, el escenario ideal para la andanza de los hombres grises de Ende o Serrat.
A pesar de todo, tales descripciones no hacían justicia completa a esta jungla de asfalto.
Y es que las palabras son importantes, pero las sensaciones, aun mas. Y contemplar las oscuras aceras, la suciedad del ambiente, los rostros inexpresivos, como de muertos en vida de los habitantes del suburbio, producían un vacio en el alma, una especie de podredumbre vital, como si un moderno vampiro, emulo de los compañeros de Drácula, la UCI y el ministerio de hacienda, hubiera absorbido la alegría, el color, el amor, todo lo que hace la vida minimamente aceptable. Si, incluso estoy seguro que la cerveza estaría caliente…y las mujeres, frías.
Caminar por una de estas calles es uno de esos retos diarios, de esas ocultas hazañas que jamás saldrán en los papeles, y que convierte en auténticos héroes a anónimos ciudadanos. Hay que tener mucha fuerza de voluntad para no hundirse en la desolación al tener que vivir en un ambiente así, para no intentar poner un remedio definitivo a la situación…
Árboles desteñidos, cuando los hay, alguna camaleónica cabina que termino adoptando la atonalidad del entorno, farolas cuya luz, mas que vencer a las tinieblas, parecen rehenes de ellas. Como las casas, todas iguales, todas horribles, más que moradas, prisiones, que mantienen encadenados a sus habitantes a este infierno moral.
Dan ganas de gritar de rabia, de aplastar bajo las cadenas de un buldózer tanta miseria, tanto esfuerzo malgastado, tanta corrupción espiritual…
Y entonces, cuando estas lleno de tan saludables pensamientos, cuando sin dudarlo apretarías ese botón grande y rojo de las películas, oyes un grito, después, mil, diez mil. Una ola de emoción sacude la atmósfera, por un momento parece que el invierno de la amargura podrá dar paso a una primavera de felicidad. Y sigues caminando, esta vez con el más importante de los alicientes en tu interior, la esperanza. Y al torcer una esquina, igual a las cien esquinas anteriores, todo cambia. Y vuelves a oír otro rugido, que como una riada mediterránea se extiende y se expande, ahogando todo lo negativo (Van Gaal Dixit).
Y lo que al parecer no era más que un alarido sin significado, crece y se hace palabra, y se escucha, repetido por miles de gargantas, al tiempo expresión de libertad, de comunión humana, de bálsamo contra el desaliento. Y por un momento, todo lo que merece la pena, puede resumirse con tres mágicas letras:
GOL.
Posdata: Agradezco la inspiración a Sergio Cortina, que en uno de sus últimos artículos nos dejo un video sobre el Rangers, una de cuyas imágenes, se me ha quedado clavada, la que pongo aquí debajo, ella es este relato.
Comentarios
Y mas si es en Ibrox...
Un abrazo amigo.