La dama del infierno helado
Esta es una historia triste. Ella era joven y hermosa. E iba a morir.
Era una belleza condenada, como en realidad lo son todas las bellezas. Pero su fecha de caducidad no la marcaría el paso del tiempo, el estrago de los años o las cicatrices que van dejando los sinsabores de la vida, sino la frontera final.
Y es que cuando eres un ángel pero vives en el Infierno, tu destino esta marcado.
Hay gente que no cree en el infierno. Y sin embargo, basta con echar un vistazo a los periódicos para descubrirlo.
Dolor, crimen, destrucción. Día a día nos rodea el mal, somos conscientes de que esta a nuestro lado, de que convivimos con el…aunque siempre intentamos engañarnos diciéndonos que esta suficientemente lejos, que estamos a salvo…
Pero…en ciertos lugares, los bordes entre nuestro mundo y aquello a lo que llamamos infierno se han difuminado de tal forma que nos es imposible distinguir su límite…si es que esos límites existen, más allá de nuestras estrechas mentes.
Y a pesar de todo, en esos sitios, en esas especies de embajadas infernales sobre nuestro planeta, el hombre vive, trabaja, ama…y por supuesto, muere.
Al norte, muy al norte, en medio de la soledad, enterrada entre el hielo y la nieve, sin un mínimo atisbo vegetal en kilómetros, oculto el sol (cuando lo hay) por nubes de muerte. Allí y así se alza Norilsk, como perpetuo monumento al lado más monstruoso de la humanidad.
Siberia. Esa palabra ya evoca en nuestras mentes imágenes teñidas de blanco y de un frío extremo. Pero si a lo que la naturaleza cruel creó le agregamos la mano del hombre, el blanco comienza a teñirse de rojo.
Desterrados, condenados a una muerte en vida, los esclavos de Stalin fueron los primeros habitantes de la diabólica urbe. Más allá del círculo polar, generaciones de seres desdichados crecieron en medio de la contaminación y el frío, dejándose el alma en una lucha perdida por la simple supervivencia.
Como ironía suprema, la única esperanza que existe en un lugar así es la Nadezhda.
La fundición Nadezha (esperanza en ruso), es la causa de todo lo que en la ciudad sucede. Con los mayores depósitos de Níquel del mundo en los alrededores de la población, la fundición es quien emplea a casi todos sus habitantes…y la que los mata. Lluvia ácida, nieblas de azufre, un cielo perpetuamente teñido de oscuros vapores y una atmósfera cargada de perversos olores…si imagináramos un escenario apocalíptico, poco le separaría de lo que hoy es Norilsk.
Allí, en medio de ese horror, que por cotidiano le era ya indiferente, floreció Natalia.
Recuerdo como la conocí. La temporada no marchaba bien, y el continuo acoso mediático aumentaba la frustración. Harto de ser perseguido, prefería refugiarme en el anonimato de la red. Era uno de esos días en los que mi máximo interés era perderme en mi mundo, navegar sin rumbo hacia ninguna parte, sin que importara el destino, solo el camino.
Y para eso nada es comparable a Internet.
Entras en un universo inmenso, sabiendo donde empiezas, pero sin idea de donde llegaras al final. Y si esto, que es casi inevitable, lo acentúas con tu predisposición a saltar de un lado a otro, a vagar de pagina en pagina, en busca de conocimiento inútil, del que no ofrece mas satisfacción que el de saciar la ávida curiosidad que te posee, el resultado suele ser el lógico. Horas “perdidas” delante de la pantalla del ordenador, mientras viajas en la mente por tiempos olvidados o paisajes lejanos.
Y así es como la encontré. En una de esas notas de agencia, que se escriben para que sirvan de relleno entre las noticias de actualidad, alguien hablaba de Norilsk. Lo hacia copiando despiadadamente (eso lo descubrí después) algún artículo de la red. Pero no pude evitarlo. Cuando terminé de leer el comentario final: “Así es Norilsk, la ciudad donde la nieve es negra, el aire huele a azufre, y la esperanza de vida es de sólo 46 años.”, ya sabia lo que iba a suceder a continuación.
Comencé a buscar información sobre esa pesadilla hecha ciudad, leyendo todo lo que caía ante mis ojos. De allí, pasé a buscar imágenes que me llevaran aun mas cerca, allá donde las meras palabras no bastaban.
Y entonces, entre fotos de un paisaje dantesco, una nota discordante, como una rosa en mitad del desierto, penetró en mis pupilas.
Desde ese instante, cientos, miles de veces he vuelto a mirar su rostro, grabando en mi mente cada uno de los detalles de su piel, de su pelo negro, de esos ojos inmensos de mirada cansada, de esos labios que intentan sonreír, pero no lo consiguen…Nunca me cansaré de contemplarla. Pero aquella primera vez… es casi imposible explicar lo que sucedió. ¿Que sentirían si de repente se dan cuenta de que Dios existe, y esta delante suya? Fue una especie de revelación, entender que todo lo que había vivido hasta entonces no era más que un espejismo que podía ser borrado de un plumazo sin que derramara una sola lagrima en su recuerdo.
Su fotografía estaba en una de esas paginas a mitad de camino entre agencia de contacto y almacén de carne. Si había aparecido en mi búsqueda es porque Natalia Smirnova, mi Natasha, era de Norilsk.
Jamás hasta ese momento había entrado en una de esas webs, ni nunca había pensado en escribir allí. Pero la mirada de Natalia venció todos mis reparos.
Le escribí. Y al cabo de varios días, días largos, larguísimos, recibí su respuesta. Tardé horas en decidirme a leerla, pero finalmente, lo hice. Era un correo amable, que mostraba la delicadeza de su carácter, y también, inevitablemente, una cierta reserva. Sin embargo, era un inicio.
Así, mes tras mes, mail tras mail, nos fuimos acercando. Ella me hablaba de sus aspiraciones, yo de mis sueños. Ella de la nieve, yo del sol. Ella de su amor por la vida…yo de mi vida sin su amor.
Yo quería escapar de mi mismo, ella quería huir de su infierno. Éramos almas gemelas, condenadas a no encontrarse jamás, a las que solo un milagro podía unir.
Sabía que no tenía derecho a soñar con la felicidad, que no debería haber creído en que lo nuestro era posible. Y sin embargo, lo hice. Y durante ese breve tiempo, por primera y última vez en mi lamentable existencia, fui feliz.
Por eso, cuando las cosas comenzaron a torcerse, la desesperación me invadió aun con más fuerza. Porque en el fondo esperaba que sucediera, y me odié por haber cedido a los sentimientos.
Me costó notarlo, ciego de amor como estaba. Pero poco a poco, la semilla de la incertidumbre, que una palabra aquí y otra allí habían hecho arraigar en mi mente, fue creciendo. Si, los correos seguían llegando, pero cada vez Natalia aparecía más distante, como si estuviera intentando despedirse suavemente, sin pegar un portazo.
Enloquecí. Ante mis ojos el mundo se derrumbaba, sin que pudiera comprender el motivo. ¿Qué había hecho, en que la había fallado? Me culpe a mí, y luego, la culpé a ella. La odie, la insulté, la aborrecí. Y luego…me hundí. ¿En que había estado pensando? ¿Qué pretendía yo, separado de ella por miles de kilómetros, por lenguas distintas, por culturas opuestas? ¿Como había sido tan imbecil?
Y a pesar de todo, los mensajes seguían cayendo. Nada de ese tormento interno se reflejó en mis escritos, ni un reproche, ni una abyecta petición de misericordia. Mi maldito orgullo me lo impedía, como tantas otras cosas.
Y aunque sabia que ya carecía de sentido, seguí esperando sus respuestas. Hasta el día que llegó la última.
Era un correo apresurado, casi clandestino. Se despedía, por fin, claramente. Pocas frases, pero que dejaban tras ellas un abismo sin fondo. Y a pesar de todo, su ternura impregnaba el mensaje. Me decía adiós, hasta siempre, pero ahí detrás, entre líneas, había un simple hasta luego. Entonces me di cuenta. No rompía conmigo, rompía con la vida.
Paso el tiempo. Igual fueron unas semanas, tal vez unos meses, incluso algún año. Que más daba. Los días venían y se iban, repitiéndose sin fin, siempre iguales, siempre grises. La luz había muerto, y ya nunca el sol volvería a brillar. Abandoné el césped, con destino al banquillo, primero, y luego a la grada. Los cronistas criticaban mi ausencia de ideas , el entrenador me reprochaba mi falta de entrega…todos tenían razón, pero a alguien que ha muerto, aunque aún siga andando, casi por inercia , no se le puede pedir demasiado.
Y entonces, llegó.
Era un paquete. Allí, entre sellos y líneas en Cirílico, mi nombre. Lo abrí. Dentro, una carta y una rosa marchita.
Era de Iván. El hermano de Natasha.
No quería leer la carta. La deje sobre la mesa, Salí de casa, caminé sin rumbo durante horas.
Pero finalmente regresé, cuando la madrugada se despedía, vencida por un nuevo amanecer. Se lo debía a Natasha.
Recogí los folios y leí.
Había sido un precioso día de septiembre, el ultimo antes de la llegada de los primeros fríos, cuando su corazón se apagó. Cáncer, decía Iván. Norilsk, me dije. Ella no había querido preocuparme, quería evitarme sufrimientos…intentó apartarme de su lado, pero algo la retenía conmigo. Iván me agradecía en la misiva mi amistad hacia su hermana. Me contaba que ella había se había ido con una sonrisa en la cara, una rosa entre las manos, y diciendo mi nombre. Le había hecho prometer que nunca me diría nada, pero…tras mucho tiempo, pensó que era mejor faltar a su palabra que traicionar la memoria de Natasha.
Y ahí estaba, ahora entre mis manos, la rosa.
Si, aquella carta ocultaba un hasta luego. Y ahora, por fin, nos íbamos a encontrar.
Nunca más habría nieve negra, nunca más días grises.
De hecho, no hubo más días…
Posdata
Nunca se de donde me va a venir la inspiración. A veces llega por sorpresa, otras intento forzarla. En ocasiones es un artículo, otras una imagen. La historia de hoy es a la vez un relato y un recorrido mental. Buena parte del mismo es tan real como la vida, la otra, podría serlo. Norilsk existe, y Natalia Smirnova también. Y es de Norilsk. Y su fotografía, la que inspiró este relato, es la que podéis contemplar a mitad del mismo. Y la encontré tal y como dije, de la misma forma, y tras el mismo recorrido. Pero no esta muerta…ojala en eso este cuento sea solo eso, un cuento…
Era una belleza condenada, como en realidad lo son todas las bellezas. Pero su fecha de caducidad no la marcaría el paso del tiempo, el estrago de los años o las cicatrices que van dejando los sinsabores de la vida, sino la frontera final.
Y es que cuando eres un ángel pero vives en el Infierno, tu destino esta marcado.
Hay gente que no cree en el infierno. Y sin embargo, basta con echar un vistazo a los periódicos para descubrirlo.
Dolor, crimen, destrucción. Día a día nos rodea el mal, somos conscientes de que esta a nuestro lado, de que convivimos con el…aunque siempre intentamos engañarnos diciéndonos que esta suficientemente lejos, que estamos a salvo…
Pero…en ciertos lugares, los bordes entre nuestro mundo y aquello a lo que llamamos infierno se han difuminado de tal forma que nos es imposible distinguir su límite…si es que esos límites existen, más allá de nuestras estrechas mentes.
Y a pesar de todo, en esos sitios, en esas especies de embajadas infernales sobre nuestro planeta, el hombre vive, trabaja, ama…y por supuesto, muere.
Al norte, muy al norte, en medio de la soledad, enterrada entre el hielo y la nieve, sin un mínimo atisbo vegetal en kilómetros, oculto el sol (cuando lo hay) por nubes de muerte. Allí y así se alza Norilsk, como perpetuo monumento al lado más monstruoso de la humanidad.
Siberia. Esa palabra ya evoca en nuestras mentes imágenes teñidas de blanco y de un frío extremo. Pero si a lo que la naturaleza cruel creó le agregamos la mano del hombre, el blanco comienza a teñirse de rojo.
Desterrados, condenados a una muerte en vida, los esclavos de Stalin fueron los primeros habitantes de la diabólica urbe. Más allá del círculo polar, generaciones de seres desdichados crecieron en medio de la contaminación y el frío, dejándose el alma en una lucha perdida por la simple supervivencia.
Como ironía suprema, la única esperanza que existe en un lugar así es la Nadezhda.
La fundición Nadezha (esperanza en ruso), es la causa de todo lo que en la ciudad sucede. Con los mayores depósitos de Níquel del mundo en los alrededores de la población, la fundición es quien emplea a casi todos sus habitantes…y la que los mata. Lluvia ácida, nieblas de azufre, un cielo perpetuamente teñido de oscuros vapores y una atmósfera cargada de perversos olores…si imagináramos un escenario apocalíptico, poco le separaría de lo que hoy es Norilsk.
Allí, en medio de ese horror, que por cotidiano le era ya indiferente, floreció Natalia.
Recuerdo como la conocí. La temporada no marchaba bien, y el continuo acoso mediático aumentaba la frustración. Harto de ser perseguido, prefería refugiarme en el anonimato de la red. Era uno de esos días en los que mi máximo interés era perderme en mi mundo, navegar sin rumbo hacia ninguna parte, sin que importara el destino, solo el camino.
Y para eso nada es comparable a Internet.
Entras en un universo inmenso, sabiendo donde empiezas, pero sin idea de donde llegaras al final. Y si esto, que es casi inevitable, lo acentúas con tu predisposición a saltar de un lado a otro, a vagar de pagina en pagina, en busca de conocimiento inútil, del que no ofrece mas satisfacción que el de saciar la ávida curiosidad que te posee, el resultado suele ser el lógico. Horas “perdidas” delante de la pantalla del ordenador, mientras viajas en la mente por tiempos olvidados o paisajes lejanos.
Y así es como la encontré. En una de esas notas de agencia, que se escriben para que sirvan de relleno entre las noticias de actualidad, alguien hablaba de Norilsk. Lo hacia copiando despiadadamente (eso lo descubrí después) algún artículo de la red. Pero no pude evitarlo. Cuando terminé de leer el comentario final: “Así es Norilsk, la ciudad donde la nieve es negra, el aire huele a azufre, y la esperanza de vida es de sólo 46 años.”, ya sabia lo que iba a suceder a continuación.
Comencé a buscar información sobre esa pesadilla hecha ciudad, leyendo todo lo que caía ante mis ojos. De allí, pasé a buscar imágenes que me llevaran aun mas cerca, allá donde las meras palabras no bastaban.
Y entonces, entre fotos de un paisaje dantesco, una nota discordante, como una rosa en mitad del desierto, penetró en mis pupilas.
Desde ese instante, cientos, miles de veces he vuelto a mirar su rostro, grabando en mi mente cada uno de los detalles de su piel, de su pelo negro, de esos ojos inmensos de mirada cansada, de esos labios que intentan sonreír, pero no lo consiguen…Nunca me cansaré de contemplarla. Pero aquella primera vez… es casi imposible explicar lo que sucedió. ¿Que sentirían si de repente se dan cuenta de que Dios existe, y esta delante suya? Fue una especie de revelación, entender que todo lo que había vivido hasta entonces no era más que un espejismo que podía ser borrado de un plumazo sin que derramara una sola lagrima en su recuerdo.
Su fotografía estaba en una de esas paginas a mitad de camino entre agencia de contacto y almacén de carne. Si había aparecido en mi búsqueda es porque Natalia Smirnova, mi Natasha, era de Norilsk.
Jamás hasta ese momento había entrado en una de esas webs, ni nunca había pensado en escribir allí. Pero la mirada de Natalia venció todos mis reparos.
Le escribí. Y al cabo de varios días, días largos, larguísimos, recibí su respuesta. Tardé horas en decidirme a leerla, pero finalmente, lo hice. Era un correo amable, que mostraba la delicadeza de su carácter, y también, inevitablemente, una cierta reserva. Sin embargo, era un inicio.
Así, mes tras mes, mail tras mail, nos fuimos acercando. Ella me hablaba de sus aspiraciones, yo de mis sueños. Ella de la nieve, yo del sol. Ella de su amor por la vida…yo de mi vida sin su amor.
Yo quería escapar de mi mismo, ella quería huir de su infierno. Éramos almas gemelas, condenadas a no encontrarse jamás, a las que solo un milagro podía unir.
Sabía que no tenía derecho a soñar con la felicidad, que no debería haber creído en que lo nuestro era posible. Y sin embargo, lo hice. Y durante ese breve tiempo, por primera y última vez en mi lamentable existencia, fui feliz.
Por eso, cuando las cosas comenzaron a torcerse, la desesperación me invadió aun con más fuerza. Porque en el fondo esperaba que sucediera, y me odié por haber cedido a los sentimientos.
Me costó notarlo, ciego de amor como estaba. Pero poco a poco, la semilla de la incertidumbre, que una palabra aquí y otra allí habían hecho arraigar en mi mente, fue creciendo. Si, los correos seguían llegando, pero cada vez Natalia aparecía más distante, como si estuviera intentando despedirse suavemente, sin pegar un portazo.
Enloquecí. Ante mis ojos el mundo se derrumbaba, sin que pudiera comprender el motivo. ¿Qué había hecho, en que la había fallado? Me culpe a mí, y luego, la culpé a ella. La odie, la insulté, la aborrecí. Y luego…me hundí. ¿En que había estado pensando? ¿Qué pretendía yo, separado de ella por miles de kilómetros, por lenguas distintas, por culturas opuestas? ¿Como había sido tan imbecil?
Y a pesar de todo, los mensajes seguían cayendo. Nada de ese tormento interno se reflejó en mis escritos, ni un reproche, ni una abyecta petición de misericordia. Mi maldito orgullo me lo impedía, como tantas otras cosas.
Y aunque sabia que ya carecía de sentido, seguí esperando sus respuestas. Hasta el día que llegó la última.
Era un correo apresurado, casi clandestino. Se despedía, por fin, claramente. Pocas frases, pero que dejaban tras ellas un abismo sin fondo. Y a pesar de todo, su ternura impregnaba el mensaje. Me decía adiós, hasta siempre, pero ahí detrás, entre líneas, había un simple hasta luego. Entonces me di cuenta. No rompía conmigo, rompía con la vida.
Paso el tiempo. Igual fueron unas semanas, tal vez unos meses, incluso algún año. Que más daba. Los días venían y se iban, repitiéndose sin fin, siempre iguales, siempre grises. La luz había muerto, y ya nunca el sol volvería a brillar. Abandoné el césped, con destino al banquillo, primero, y luego a la grada. Los cronistas criticaban mi ausencia de ideas , el entrenador me reprochaba mi falta de entrega…todos tenían razón, pero a alguien que ha muerto, aunque aún siga andando, casi por inercia , no se le puede pedir demasiado.
Y entonces, llegó.
Era un paquete. Allí, entre sellos y líneas en Cirílico, mi nombre. Lo abrí. Dentro, una carta y una rosa marchita.
Era de Iván. El hermano de Natasha.
No quería leer la carta. La deje sobre la mesa, Salí de casa, caminé sin rumbo durante horas.
Pero finalmente regresé, cuando la madrugada se despedía, vencida por un nuevo amanecer. Se lo debía a Natasha.
Recogí los folios y leí.
Había sido un precioso día de septiembre, el ultimo antes de la llegada de los primeros fríos, cuando su corazón se apagó. Cáncer, decía Iván. Norilsk, me dije. Ella no había querido preocuparme, quería evitarme sufrimientos…intentó apartarme de su lado, pero algo la retenía conmigo. Iván me agradecía en la misiva mi amistad hacia su hermana. Me contaba que ella había se había ido con una sonrisa en la cara, una rosa entre las manos, y diciendo mi nombre. Le había hecho prometer que nunca me diría nada, pero…tras mucho tiempo, pensó que era mejor faltar a su palabra que traicionar la memoria de Natasha.
Y ahí estaba, ahora entre mis manos, la rosa.
Si, aquella carta ocultaba un hasta luego. Y ahora, por fin, nos íbamos a encontrar.
Nunca más habría nieve negra, nunca más días grises.
De hecho, no hubo más días…
Posdata
Nunca se de donde me va a venir la inspiración. A veces llega por sorpresa, otras intento forzarla. En ocasiones es un artículo, otras una imagen. La historia de hoy es a la vez un relato y un recorrido mental. Buena parte del mismo es tan real como la vida, la otra, podría serlo. Norilsk existe, y Natalia Smirnova también. Y es de Norilsk. Y su fotografía, la que inspiró este relato, es la que podéis contemplar a mitad del mismo. Y la encontré tal y como dije, de la misma forma, y tras el mismo recorrido. Pero no esta muerta…ojala en eso este cuento sea solo eso, un cuento…
Comentarios
Un saludo
www.tocaladecara.blogspot.com